El Día de la Diversión



Era una mañana soleada en la Escuela Primaria del barrio, y los alumnos de 4ºA entraron al aula con una sonrisa radiante. Hoy era el día de la diversión, un día especial que celebraban cada dos meses, donde todo podía pasar.

- ¡Vamos a hacer juegos y por fin olvidarnos de las tareas! - exclamó Mateo, el maestro de 4ºA.

- ¿Puedo llevar mis pelotas de malabares? - preguntó Clara, emocionada.

- ¡Claro que sí! - respondió Mateo. - Hoy tendrán que usar su creatividad.

Los alumnos estaban listos. El primer juego era construir torres con bloques de colores. Todos estaban concentrados, intentando hacer la torre más alta. Esos momentos de compañerismo y risas llenaban el aula.

- ¡Mirad! - gritó Lucas, señalando la torre que estaba construyendo con Clara. - ¡Es más alta que yo!

- ¡No puede caerse! - dijo Clara, llenándose de nervios. - ¡Sujétenla fuerte!

Justo en ese momento, un viento fuerte sopló por una ventana abierta y la torre se tambaleó.

- ¡Oh no! - todos gritaron al unísono.

Pero en lugar de sentir desánimo, los alumnos empezaron a reírse. La torre se desmoronó, pero eso solo fue un impulso para que todos se unieran en un nuevo desafío: reconstruiírlas usando aún más bloques.

- Vamos a hacer la torre más grande del mundo - sugirió Sofía con una gran sonrisa.

- Sí, ¡y con luces! - agregó Mariano, que siempre tenía ideas brillantes.

Después de un rato, la torre estaba lista. Usaron papel celofán, luces y todo lo que pudieron encontrar en el aula. Cuando terminó, era un espectáculo multicolor que brillaba en la oscuridad.

- ¡Es la mejor torre que hemos hecho! - exclamó Clara.

Pero el día aún no había terminado. Mateo tenía planeado una divertida búsqueda del tesoro. Con pistas escondidas por toda la escuela, los alumnos se dividieron en equipos.

- ¡Que gane el mejor equipo! - gritó Valentina antes de salir corriendo con su grupo.

El primer equipo que encontró la pista se emocionó al saber que los seguirían en un juego de adivinanzas. Cada vez que resolvían una adivinanza, encontraban un caramelito.

- Este juego es increíble - dijo Lucas, mientras saboreaba su caramelito. - ¡Deberíamos hacer esto todos los días!

Al final, el equipo que resolvió más pistas fue premiado con un gran trofeo hecho de cartón y papel dorado.

- ¡Es un premio gigante! - rió Mauro, levantando el trofeo en alto.

- ¡Y lo hicimos juntos! - agregó Sofia, uniendo a todos en un abrazo en grupo.

Mientras todos celebraban sus logros, Mateo les recordó algo importante.

- Recuerden, chicos, lo más valioso no es el primer lugar o el trofeo. Lo que realmente cuenta es haber compartido momentos de alegría y haberse ayudado entre todos.

Después de jugar, fue el momento de sentarse a disfrutar de una merienda. Mateo, con una gran sonrisa, sacó unas cajas llenas de galletitas y jugos.

- ¡A celebrar! - dijo, encantado de ver a sus alumnos felices.

- ¡Gracias, Mateo! - gritaron todos al unísono, mientras se servían.

Al final del día, cuando cada uno regresó a casa, los corazones estaban llenos de risas y alegría. Habían aprendido a trabajar juntos, a disfrutar del proceso y a hacer que cada día fuera especial, sin importar lo que pasara.

Los alumnos de 4ºA se despidieron con el deseo de que el próximo día de la diversión llegara rápido. ¡Suerte que era en dos meses, y así podrían continuar creando recuerdos inolvidables juntos!

FIN.

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