El día de la lluvia mágica



En un pequeño pueblo en Oruro, Bolivia, vivían dos hermanitos llamados Mateo y Valentina. Les encantaba jugar al aire libre, correr por los campos y descubrir nuevos tesoros escondidos entre la tierra fértil.

Un día, mientras exploraban cerca de un campo de quinua, el cielo se oscureció rápidamente y empezó a llover con fuerza. - ¡Oh no, Valentina! ¡La lluvia arruinará nuestra aventura! -exclamó Mateo preocupado.

Valentina miró hacia arriba con una sonrisa y dijo: - No te preocupes, hermanito. La lluvia también trae vida a la tierra y alimenta a las plantas como esta quinua tan rica que crece aquí.

Los dos niños decidieron refugiarse bajo un árbol cercano mientras la lluvia caía con fuerza sobre el suelo. De repente, el sol comenzó a brillar entre las nubes grises y creó un arcoíris brillante que iluminaba el campo de quinua. - ¡Mira, Mateo! ¡Qué hermoso arcoíris! -exclamó Valentina emocionada. - Sí, es increíble.

Parece que el sol y la lluvia están trabajando juntos para regalarnos este espectáculo maravilloso -respondió Mateo asombrado.

De repente, una voz suave resonó en el viento:- Niños curiosos, han demostrado sabiduría al comprender la importancia del sol y la lluvia para la naturaleza. Como recompensa por su bondad y valentía al enfrentar la tormenta, les concederé un deseo: lo que deseen se hará realidad. Los niños se miraron sorprendidos e intercambiaron sonrisas traviesas.

Después de pensarlo un momento, Valentina tomó coraje y dijo:- Deseamos que este campo de quinua sea aún más fértil y produzca cosechas abundantes para alimentar a nuestro pueblo. La voz en el viento rió suavemente antes de responder:- Su deseo ha sido concedido.

Pero recuerden siempre ser agradecidos con la naturaleza y cuidarla como ella cuida de ustedes.

Y así fue como Mateo y Valentina aprendieron una valiosa lección aquella tarde en Oruro: que incluso en medio de las tormentas más fuertes, siempre hay espacio para la esperanza y la magia cuando se trata de cuidar nuestro hogar en común: la Tierra.

Y desde entonces, cada vez que veían un arcoíris brillando sobre los campos verdes de quinua recordaban aquel día inolvidable lleno de enseñanzas preciosas.

FIN.

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