El Día de la Tradición en el Campo
Era un fresco 6 de noviembre en una pequeña estancia de la provincia de Buenos Aires. Martín, un niño de diez años que vivía en el campo con su familia, estaba muy emocionado porque se celebraba el Día de la Tradición. Ese día, su papá había prometido llevarlo a la fiesta que se organizaba en la plaza del pueblo, llena de música, bailes y comidas típicas.
-Mirá, Martín -dijo su papá, don Pedro, mientras ataba un lazo en el sombrero de su hijo-, es un día especial para nosotros. Vamos a celebrar nuestras costumbres, y quiero que aprendas acerca de la vida del hombre de campo.
-Sí, papá. ¡Quiero ver a los gauchos y bailar con las gauchas! -respondió Martín, emocionado.
Una vez en la plaza, el lugar estaba lleno de color. Las familias compartían empanadas, locro y pastelitos. En el aire, flotaba el olor a asado, y los sonidos de guitarras y bombos animaban a todos a bailar.
Martín, con su sombrero nuevo y un pañuelo al cuello, no podía dejar de mirar a los gauchos, quienes competían en el ruedo.
-¡Mirá papá! -gritó señalando a un gaucho que demostraba su habilidad en la doma de caballos-. ¡Eso quiere hacer cuando sea grande!
-Puede ser, hijo, pero ser gaucho no significa solo montar a caballo bien. También implica respeto por la tierra, la familia y nuestra cultura. -dijo su papá.
Martín meditó sobre sus palabras mientras observaba a las familias compartir historias y reír. Pero pronto notó que algunos niños alrededor de la plaza parecían tristes. Se acercó a una nena que tenía una mirada apagada.
-¿Por qué no estás jugando con los demás? -le preguntó Martín.
-Es que no tengo con quién jugar -respondió la nena, con lágrimas en los ojos-. Se llama Sofía.
Martín sintió un nudo en la garganta. No podía permitir que Sofía se sintiera sola. Se puso firme y decidió que ese Día de la Tradición debía incluir a todos.
-¡Vamos, Sofía! -dijo mientras se acercaba a ella-. Vení, vamos a jugar todos juntos. ¡Hoy es el día para compartir alegrías!
Sofía sonrió un poco, y juntos, se fueron a invitar a otros niños a formar un círculo y bailar.
Ella empezó a bailar con ritmo, y pronto todos los niños se unieron, lanzando pañuelos al aire, moviendo los pies al compás de una chacarera.
-¡Eso, así se hace! -gritó don Pedro al ver como su hijo había logrado entusiasmar a los demás.
La tarde avanzaba y de repente un gaucho apareció en el centro de la plaza:
-¡Muchachos! ¡Hoy hay un concurso de sorteo de caballos! El que tenga el caballo más rápido, ganará un premio especial.
Martín sintió una emoción inesperada.
-¡Yo quiero participar! -dijo con decisión.
-Pero, hijo, no tienes caballo -le respondió don Pedro, preocupado.
-¡No importa! Si hay caballos que necesitan ser montados, puedo intentarlo. ¡Es parte de mostrar el espíritu del hombre de campo! -exclamó Martín, decidido.
Y así fue como, tras unas cuantas negociaciones, Martín subió a un caballo que nadie había montado antes. El caballo, un poco nervioso, comenzó a trotar, pero Martín se mantuvo firme y logró mantenerse en equilibrio. Las miradas de los demás se centraron en él.
-Tenés que dejar que el caballo escuche tu corazón -le susurró Sofía desde la orilla del ruedo, recordándole que no estaba solo.
Con las palabras de aliento de sus nuevos amigos, Martín comenzó a tomar confianza y le hizo sentir al caballo que todo estaba bien. Finalmente, realizó una carrera increíble. Aunque no ganó, se sintió feliz por haber participado.
-¡Sos un valiente, Martín! -le dijo don Pedro, abrazándolo.
La fiesta continuó con más bailes, música y risas, donde todos se sintieron parte de la celebración. Sofía, que nunca había bailado en una fiesta, no paró de sonreír.
A medida que el sol se ocultaba detrás de las montañas, los niños se reunieron en círculo para escuchar historias sobre la tradición del hombre de campo.
-¿Saben? -les dijo un gaucho anciano, sus ojos brillando bajo la luz del atardecer-. Ser gaucho es celebrar nuestra cultura, pero también cuidar de los que nos rodean. Hoy vimos todo eso aquí. ¡Que nunca falte la amistad!
Martín sintió que ese Día de la Tradición no solo celebraba el campo, sino también la unión y el amor entre todos.
Con el corazón lleno de alegría y una gran sonrisa, se despidió de Sofía, prometiendo volver a convertirse en su amigo. El espíritu del hombre de campo estaba vivo, y hoy, Martín aprendió que la tradición también se construye con acciones de bondad y amor entre todos.
FIN.