El día de los quesos robados
Era un día soleado en Ratolandia y Felipito, el ratón más curioso de la ciudad, estaba jugando con sus amigos en el parque cuando vio pasar a un repartidor de quesos.
El ratón se acercó al carro del repartidor para ver qué tenía allí. - ¡Hola! ¿Qué llevas ahí? -preguntó Felipito emocionado. - Hola pequeño amigo. Llevo una variedad de quesos, todos ellos con diferentes colores y sabores -respondió amablemente el repartidor.
Felipito no podía creer lo que escuchaba, nunca había escuchado sobre tantos tipos de queso. Entonces, decidió invitar al repartidor a su casa para probar algunos de los quesos.
- ¡Será genial! Mi mamá siempre dice que es bueno probar cosas nuevas -dijo Felipito mientras guiaba al repartidor hasta su casa. Al llegar a casa, Felipito presentó al repartidor a su familia y juntos empezaron a degustar los distintos tipos de quesos.
Había queso cheddar amarillo y cremoso, queso azul fuerte y picante, queso brie suave y delicado y muchos otros más. Mientras probaban cada uno de los quesos, el repartidor les contaba historias interesantes sobre cómo se hacían estos productos lácteos e incluso les enseñaba algunas recetas para cocinar con ellos.
Felipito estaba fascinado por todo lo que aprendía sobre los quesos. Nunca antes había imaginado que algo tan simple como un pedazo de queso pudiera ser tan interesante.
Sin embargo, justo cuando estaban disfrutando de un queso de cabra con miel, algo inesperado sucedió. La puerta se abrió de golpe y entraron unos gatos callejeros que habían olido el aroma del queso. Felipito y su familia intentaron ahuyentar a los gatos, pero era demasiados para ellos solos.
Entonces, el repartidor tuvo una idea brillante. - ¡Esperen aquí! -dijo mientras salía corriendo hacia su carro. A los pocos minutos regresó con un trozo de queso muy especial: era un queso muy picante que hacía llorar a quien lo comiera.
Los gatos no pudieron resistir la tentación y se acercaron al queso. Pero en cuanto lo probaron empezaron a estornudar y toser por lo picante que estaba el queso.
Finalmente, huyeron despavoridos dejando atrás todo el resto de quesos intactos. - ¡Eso fue increíble! -exclamó Felipito sorprendido-. Nunca había visto algo así. - Sí, es verdad -respondió el repartidor-.
A veces las cosas más simples pueden ser las más efectivas cuando se trata de proteger lo que amamos. Felipito aprendió una gran lección ese día: que siempre hay algo nuevo por aprender y que incluso las cosas más simples pueden tener historias interesantes detrás de ellas.
Y desde entonces, cada vez que probaba un pedazo de queso recordaba la aventura con los gatos callejeros y sonreía felizmente.
FIN.