El Día del Perro Rabioso
Era un día hermoso en la plaza de Papo. Los árboles estaban llenos de hojas verdes, los pájaros cantaban y el sol brillaba como nunca. Manuel y Juaco, dos primos inseparables, llegaron emocionados para jugar al fútbol y disfrutar de un típico picadito en la tarde.
"¿Vamos a jugar al fútbol, Juaco?" - propuso Manuel, con una sonrisa de oreja a oreja.
"¡Sí! Pero primero, dame la pelota que la dejaste en casa, ¿no?" - respondió Juaco, mientras miraba a su alrededor.
Los chicos comenzaron a jugar, corriendo de un lado a otro y riendo a carcajadas. Pero mientras estaban en pleno partido, algo comenzó a llamar su atención. Un perro grande y animal se acercó a la plaza. Al principio, no parecía peligroso, pero a medida que se acercaba, comenzaron a notar que su comportamiento era un poco raro. Saltaba y ladraba de una manera extraña.
"¿Viste ese perro?" - dijo Manuel, casi en un susurro.
"Sí, parece que no está bien. Mejor vayamos con cuidado" - contestó Juaco, un tanto nervioso.
De repente, el perro se acercó rápidamente a ellos, mostrando los dientes y ladrando. Los chicos sintieron un escalofrío recorrer sus espinas.
"¡Rápido, Juaco! ¡Corramos hacia el árbol!" - gritó Manuel, y ambos comenzaron a correr hacia un gran roble que estaba cerca.
El perro los seguía, pero ellos eran más rápidos. Lograron treparse en el árbol justo a tiempo. Desde ahí, miraron cómo el perro daba vueltas a su alrededor, pero no parecía intentar irse.
"¿Qué hacemos ahora?" - preguntó Juaco, mirando a su primo con ansias.
"No sé... Quizás debamos esperar a que se calme. Pero tampoco podemos quedarnos aquí todo el día" - respondió Manuel, tratando de pensar en una solución.
Mientras tanto, un grupo de adultos que paseaban por la plaza comenzó a notar al perro rabioso. Uno de ellos, un hombre alto y amable, comenzó a acercarse con confianza.
"Tranquilos, chicos. Yo soy veterinario. Voy a ayudar" - les dijo, mientras acercaba despacito una barra de salchichas que había traído.
El perro, al notar el olor de la comida, dejó de ladrar y comenzó a olfatear. Poco a poco, se acercó al hombre, quien le lanzó la salchicha con cautela. El perro, atraído por el sabor, se distrajo y comenzó a comer.
"¡Estamos a salvo!" - exclamaron Manuel y Juaco al unísono, mientras el hombre comenzó a hablarle al perro.
"Este perro no está rabioso, solo está asustado y muy hambriento. Debe haberse perdido" - les explicó el veterinario.
"Pero... ¿y si estaba enfermo?" - preguntó Juaco, todavía un poco preocupado.
"No, tranquilo. Si fuese rabioso, no se comportaría así. Es importante siempre acercarse con cuidado, pero también debemos ayudar a los animales" - agregó el hombre con una sonrisa tranquilizadora.
Poco a poco, el perro se acercó al veterinario, quien lo acarició gentilmente.
"Mirá, chiquitos, si vemos un perro que se comporta de manera extraña, lo mejor es alejarse, pero nunca olvidemos que los animales también sienten miedo y hambre. Deberíamos tener compasión, pero siempre a salvo" - les explicó mientras cariñosamente sujetaba al perro.
"Gracias, señor. Aprendimos mucho hoy" - dijo Manuel, mientras Juaco asentía con la cabeza, feliz de estar a salvo.
Luego de que el veterinario se asegurara de que todo estuviera bien, logró llevar al perro a un centro de adopción para encontrarle un buen hogar. Manuel y Juaco no pudieron evitar sentirse un poco triste, pero también aliviados de haber aprendido que lo más importante es actuar con cuidado y tener empatía hacia los animales.
"Ojalá encontremos alguna vez a un perro tan bueno como él" - dijo Juaco mientras volvían a jugar, esta vez cuidando no solo de sí mismos, sino también de los animales a su alrededor.
Así concluyó su día en la plaza de Papo. Manuel y Juaco regresaron a sus casas con una nueva lección: siempre hay que ser valiente y estar atentos a nuestro entorno, pero también aprender a ayudar y cuidar de aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos.
FIN.