El día en el lago
Beto era un niño muy especial. Su sonrisa iluminaba la habitación, pero había algo que lo entristecía mucho. Beto tenía dificultades para caminar, lo que le impedía disfrutar de las actividades al aire libre como los otros niños de su edad. Un día, los niños del barrio decidieron ir al lago a pasar la tarde, pero Beto sabía que no podría ir con ellos. Estaba resignado a quedarse en casa cuando, de repente, escuchó una voz desde afuera.
"¡Hola, soy Martín! ¿Quieres que te traiga al lago en mi bicicleta?", exclamó el nuevo vecino del barrio. Beto no podía creerlo. Martín, un niño de su edad, se acercó a él con una gran sonrisa, listo para hacerlo parte del grupo. Juntos, arreglaron la bicicleta de Martín para que Beto pudiera sentarse cómodamente en el asiento trasero. Con un poco de esfuerzo, lograron llegar al lago.
Al llegar, los demás niños saludaron a Beto y le ofrecieron unirse a sus juegos. Beto se sintió emocionado y agradecido, y poco a poco comenzó a sentirse incluido en el grupo. Martín lo acompañó en todo momento, asegurándose de que no se perdiera ninguna actividad. Jugaron a la pelota, construyeron castillos en la arena y se aventuraron en el agua. Beto estaba radiante de felicidad.
Cuando el sol empezó a ocultarse en el horizonte, todos se reunieron alrededor de una fogata. Beto se unió al círculo, y Martín le pasó una guitarra. Juntos, cantaron canciones alrededor del fuego, creando recuerdos que durarían para siempre.
A medida que la noche avanzaba, Beto se dio cuenta de que había vivido uno de los mejores días de su vida. Martín le había demostrado que la verdadera amistad no conocía barreras ni limitaciones. Ahora, Beto ya no se sentía excluido. Martín le había mostrado que con un poco de ayuda y comprensión, todos podían disfrutar de las maravillas de la vida.
Desde ese día, Beto y Martín se convirtieron en inseparables, y cada vez que surgía un desafío, recordaban el día en el lago en el que descubrieron que juntos podían superar cualquier obstáculo.
FIN.