El día en que Semaforito aprendió a brillar fuerte



Había una vez en la ciudad de Buenos Aires un pequeño semáforo llamado Semaforito. Semaforito era un semáforo muy amable y siempre procuraba hacer su trabajo lo mejor posible.

Pero últimamente se sentía muy triste porque los conductores no respetaban sus luces. Pasaban en rojo, aceleraban cuando estaba en amarillo e incluso algunos peatones cruzaban la calle cuando él indicaba que no era seguro.

Semaforito se sentía desanimado y pensó que tal vez no era necesario si nadie le prestaba atención. Pero un día, un niño llamado Juanito notó la tristeza de Semaforito. "¿Por qué estás tan triste, Semaforito?" preguntó Juanito con curiosidad. Semaforito le explicó cómo se sentía y lo frustrado que estaba de no ser respetado.

Juanito, con ojos brillantes, le prometió a Semaforito que lo ayudaría a no sentirse triste. "Semaforito, ¿me prometes que vas a brillar fuerte y claro, sin importar si te prestan atención?", preguntó Juanito con determinación.

Semaforito, sorprendido por la propuesta de Juanito, asintió con cautela. A partir de ese día, Juanito se convirtió en amigo de Semaforito y siempre le recordaba a los conductores y peatones sobre la importancia de respetar las indicaciones del semáforo.

Poco a poco, la actitud de las personas comenzó a cambiar. Los conductores empezaron a frenar en rojo, los peatones esperaban pacientemente y Semaforito comenzó a sentirse más valorado.

Todo gracias a la amistad y determinación de Juanito, quien nunca dejó de recordarle a Semaforito lo importante que era su labor. Semaforito finalmente comprendió que, aunque a veces no lo notaran o lo respetaran, su tarea era fundamental para la seguridad de todos.

A partir de ese día, Semaforito brilló más fuerte que nunca, sabiendo que siempre tendría a Juanito para recordarle lo especial que era.

FIN.

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