El día en que todo se permitió



En un pequeño pueblo llamado Villavista, donde la brisa soplaba suave y los árboles se mecían como buenos amigos, un grupo de niños se reunía cada tarde en el parque a jugar. Entre ellos estaba Sofía, una niña curiosa que siempre preguntaba, y su mejor amigo, Mateo, un aventurero nato que no podía estar quieto. Un día, cuando llegaban al parque, encontraron un cartel en el árbol más grande: "¡Hoy, Haz lo que quieras!".

"¿Qué querrá decir esto?" - preguntó Sofía, mirando el cartel con sus ojos grandes y brillantes.

"¡Es un desafío!" - exclamó Mateo con entusiasmo. "¡Vamos a hacer todo lo que queramos!".

Los niños comenzaron a discutir sobre qué hacer primero. Uno quería hacer un picnic, otro quería volar una cometa, mientras que Sofía sugirió que podrían hacer una búsqueda del tesoro. Pero, de repente, Nicolás, un niño nuevo en el pueblo, dijo:

"Yo creo que deberíamos hacer algo diferente. ¡Deberíamos construir un castillo!".

Los demás se miraron sorprendidos. Sofía no estaba segura si era posible, pero la idea le pareció interesante. Así que todos se pusieron manos a la obra. Juntaron cajas de cartón, telas viejas y hasta algunos palos que encontraron por ahí. Mientras trabajaban, Nicolás se notaba un poco tímido.

"¿Por qué no jugás con nosotros?" - le preguntó Sofía.

"No sé... nunca he construido un castillo antes" - respondió Nicolás con la voz baja.

"¡Es fácil! Lo hacemos juntos!" - lo alentó Mateo.

El grupo se unió para ayudar a Nicolás. Al principio, las cosas no salieron como esperaban. Algunas cajas se caían, y otros niños hacían bromas al ver los esfuerzos del grupo.

"Mirá ese castillo, parece más un montón de basura" - se rió uno de los chicos.

Sofía estaba a punto de desanimarse, pero en ese momento, Nicolás dijo:

"¡No importa lo que digan! ¡Miremos lo que hemos logrado juntos!".

Eso provocó una chispa en todos. Comenzaron a reirse y a improvisar, convirtiendo su "montón de cartón" en un verdadero castillo. Agregaron un letrero que decía "Castillo de la Amistad" que hizo que todos se sintieran orgullosos de lo que habían logrado.

A medida que el sol comenzaba a ponerse, el castillo se veía espectacular. Algunos niños del pueblo se acercaron, intrigados por la construcción.

"¡Wow! ¡Es un castillo de verdad!" - dijo una niña.

"¿Puedo jugar?" - preguntó un niño más.

"¡Claro! Y todos están invitados!" - gritó Mateo.

De repente, el parque se llenó de risas y juegos alrededor del castillo. Nicolás, que estaba tímido al principio, se convirtió en el mejor anfitrión.

"Quizás hoy no se trataba de hacer lo que queríamos, sino de compartir lo que podíamos lograr juntos" - reflexionó Sofía.

Después de un largo día de diversión, los niños se despidieron y se fueron a casa. Estaban cansados, pero felices. Nicolás sonreía mientras salía, y les dijo:

"Gracias por dejarme ser parte de esto. Nunca creí que construir un castillo podría ser tan divertido".

Esa noche, Sofía y Mateo se quedaron mirando las estrellas y pensando en el día.

"¿Qué vamos a hacer mañana?" - preguntó Sofía.

"No sé, pero me encantaría que más niños se unieran a nosotros" - contestó Mateo, sonriendo.

Los niños de Villavista aprendieron que no siempre se trata de hacer lo que uno quiere, sino de hacer lo que se puede con los demás. El día en que todo estuvo permitido se convirtió en el comienzo de increíbles aventuras y amistades en su pequeño parque. Y así fue como un simple cartel cambió la forma en que los niños disfrutaban el tiempo juntos en el pueblo.

FIN.

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