El Día Fabuloso de Ana y Tomás
Era un día soleado en la ciudad de Rosario. Ana, una niña de diez años, estaba sentada en el parque, mirando cómo volaban las aves y disfrutando de un helado de frutilla. De repente, un niño apareció frente a ella. Era Tomás, un compañero de clase que siempre le había causado una gran sonrisa. Ana se sonrojó, pero no podía creer que él estuviera allí, justo en su rincón favorito del parque.
"Hola, Ana. ¿Te gustaría compartir tu helado?" - le dijo Tomás con una sonrisa amplia.
Ana asintió, y de pronto, aquellos momentos que parecían un simple encuentro se transformaron en una tarde mágica.
"¿Te imaginas si pudiéramos volar como los pájaros?" - propuso Tomás mientras le daba un bocado a su helado.
"¡Sería maravilloso!" - exclamó Ana, llenando sus ojos de ilusión.
"Te tengo una idea", dijo Tomás. "Podríamos hacer unas alas de cartón y correr en el parque, sintiendo el viento como si realmente voláramos."
Ana saltó de alegría, y juntos comenzaron a recolectar cartones que encontraron en un rincón del parque. Con su imaginación desbordante, comenzaron a crear unas alas gigantes. Mientras trabajaban, compartían risas y secretos, lo que fortalecía su amistad.
Finalmente, después de horas de esfuerzo, lograron construir unas alas coloridas que parecían listas para volar.
"¡Mirá lo que hicimos!" - gritó Ana, llena de emoción.
Salieron corriendo, sujetando sus alas, y sintieron cómo el viento soplaba contra sus rostros. Era un sentimiento de libertad indescriptible.
"¡Soy un pájaro!" - decía Tomás mientras corría como si realmente volara.
Sin embargo, por un momento, mientras disfrutaban tanto, Tomás tropezó y cayó al suelo, y las alas, hechas de cartón, se rompieron al chocar con el césped.
"¡No! Nuestras alas..." - exclamó Ana, triste por el accidente.
"No te preocupes, Ana. Siempre podremos construir más, lo importante es que lo pasamos genial, ¿no?" - le dijo Tomás, levantándose con una sonrisa.
Ana sonrió al ver cómo Tomás tomaba la situación con tanta positividad. Recordó que la esencia de su día fabuloso no estaba en las alas, sino en la amistad que habían compartido.
A medida que los días pasaban, Ana y Tomás continuaron siendo los mejores amigos. Después de un tiempo, empezaron a explorar nuevos juegos y actividades, pero siempre recordaban con cariño el día en que construyeron sus alas de cartón.
Con el tiempo, aunque sus caminos se separaron un poco, ambos siguieron creciendo y aprendiendo. Ana comprendió que había algo mágico en esos recuerdos; aunque ya no estaban juntos como antes, la aventura de hacer alas de cartón siempre llevaría consigo un pedazo del feliz momento que compartieron.
Un día, Ana, mientras dibujaba en su cuaderno, recordó aquel día tan hermoso y sonrió con ternura.
Entonces, decidió hacer una carta.
"Querido Tomás, espero que estés bien. Nunca olvidaré nuestro día en el parque con las alas. Aunque a veces no estemos juntos, siempre llevaré esos momentos en mi corazón. Espero que, cuando vuelvas a leer esto, estés recordando lo felices que éramos al reír y jugar juntos. Te extraño. Con cariño, Ana."
Ana se sintió bien enviando esa carta, porque aprendió que los recuerdos felices a veces se quedan en el corazón, pero siempre puedes elegir atesorarlos y compartirlos de nuevo. Al final, cada rincón, cada sonrisa y cada aventura vivida te enseñan algo valioso sobre la amistad y la magia de crecer.
Fin.
FIN.