El Día Mágico en el Parque
Era un hermoso sábado por la mañana, lleno de luz y de risas. Tomás, un niño de siete años, llegó al parque con su mamá. Él llevaba consigo una pelota de fútbol y una gran sonrisa en su rostro.
"¡Mirá, mamá!" -dijo Tomás, señalando el columpio.
"Sí, lo veo, Tomi. Pero no olvides que primero vamos a inflar la pelota antes de jugar" -respondió su mamá, mientras buscaba la bomba para inflar la pelota.
Después de unos minutos de juegos en el columpio, donde Tomás se sentía como un astronauta volando al espacio, su mamá terminó de inflar la pelota. El niño corrió hacia el área de la cancha, donde otros niños estaban jugando.
"¿Puedo jugar con ustedes?" -preguntó Tomás, sintiendo un poco de nervios.
"¡Claro! Solo ven y súmate a nuestro equipo" -respondió Julián, uno de los chicos más grandes en la cancha. Tomás se sintió aliviado y emocionado al mismo tiempo. Se unió al juego, corriendo, pateando y riendo con sus nuevos amigos. Todo iba perfecto hasta que, en un apuro por alcanzar la pelota, cayó al suelo.
"¡Ay!" -exclamó, mientras se frotaba la rodilla.
Los otros chicos se detuvieron de inmediato.
"¿Estás bien, Tomás?" -preguntó una niña llamada Sofía, moviendo su cabello rizado.
"Sí, sí. Solo me dolió un poco" -dijo Tomás, aunque unas lágrimas asomaban a sus ojos.
"No te preocupes, yo también me caí la semana pasada. A veces pasa, pero no hay que rendirse" -dijo Julián mientras lo ayudaba a levantarse.
Tomás sonrió, alentado por sus amigos, y se dio cuenta de que las caídas son solo una parte del juego. Siguió jugando, más decidido. Sin embargo, mientras se acercaban al final del partido, las nubes comenzaron a cubrir el cielo, y la brisa se volvió más fría.
"¿Qué pasa si empieza a llover?" -preguntó Sofía, mirando hacia arriba.
"No hay problema, podemos jugar bajo la lluvia" -respondió Tomás, recordando que siempre le había gustado saltar en los charcos.
Y así fue. Cuando las primeras gotas comenzaron a caer, en lugar de irse a casa, todos los chicos decidieron quedarse y continuar jugando. Se rieron a carcajadas mientras corrían y patinaban sobre el césped resbaladizo.
"¡Es como un juego de batalla!" -gritó Tomás, corriendo detrás de Julián y Sofía.
Pero tras unos minutos de diversión, el clima se tornó más severo. Una tormenta empezó a acercarse y los relámpagos iluminaban el cielo.
"Chicos, creo que es mejor que vayamos a un lugar seguro" -dijo Julián, mirando preocupado a los demás.
"¡Sí! Vamos a refugiarnos en el quiosco del parque!" -sugirió Sofía.
Todos corrieron hacia el quiosco, riendo y empujándose, sin poder resistir la tentación de jugar todavía un poco más en la lluvia.
Una vez allí, se sintieron alivados, aunque algo empapados.
"Esto fue diversión, pero un poco alocada" -dijo Tomás, mientras se sacudía el agua de la camiseta.
"Sí, pero lo mejor es que estamos todos juntos" -añadió Julián.
"Y podemos compartir historias mientras esperamos a que pase la tormenta" -comentó Sofía, sonriendo.
Así pasaron el tiempo, entre risas y relatos de aventuras. Hicieron un juego inventado en el que cada uno contaba algo gracioso que les había pasado. Cuando la tormenta finalmente cesó, el sol salió tímidamente, y un arcoíris apareció en el cielo.
"¡Miren, un arcoíris!" -gritó Tomás con alegría.
"¡Vamos a verlo de cerca!" -dijo Sofía, entusiasmada.
Todos corrieron tras el arcoíris y se sintieron felices de haber tenido una aventura inolvidable, incluso cuando las cosas no salieron como esperaban.
Al final del día, Tomás se despidió de sus nuevos amigos y regresó a casa con su mamá.
"Hoy fue increíble, mamá. No esperaba que pasara algo tan divertido" -dijo, mientras recordaba el juego, las risas y el arcoíris.
"Y recuerda, hijo, a veces las cosas no salen como planeamos, pero eso no significa que no podamos divertirnos. Solo hay que estar dispuestos a saltar sobre las charcos" -respondió su mamá, sonriendo.
Tomás prometió que siempre llevaría esa frase en su corazón, y así fue como en su próximo día en el parque, su aventura y sus encuentros continuarían siendo mágicos.
FIN.