El día que aprendimos a ser cautos



Había una vez en el tranquilo barrio de Villa Esperanza, un grupo de amigos muy unidos: Juanita, Facu, Martín y Lucrecia. Siempre jugaban juntos en la plaza del barrio, montaban en bicicleta y se divertían con juegos de mesa.

Un día, decidieron ir a la heladería del centro del pueblo. Todos estaban emocionados por el paseo, pero no sabían que ese día aprenderían una gran lección.

Todos salieron con sus bicicletas y, al llegar a la calle principal, un automóvil pasó el semáforo en rojo y chocó contra la bicicleta de Juanita. Fue un momento aterrador. -¡Juanita, estás bien! –gritó Facu acercándose a su amiga, asustado. Afortunadamente, Juanita solo tenía algunos raspones.

El conductor se bajó del auto para disculparse y ayudar a los niños. Después de que todos se tranquilizaron, el conductor les explico la importancia de la prudencia en la calle. Les contó sobre las reglas de tránsito y cómo debían cuidarse al transitar.

Los niños, asustados pero agradecidos, aprendieron una gran lección. A partir de ese día, siempre respetaban las señales de tránsito, usaban casco al andar en bicicleta y se cuidaban mutuamente.

El accidente enseñó a los niños la importancia de la prudencia en la calle, y nunca más volvieron a olvidar esa lección.

FIN.

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