El Día que Carlos Conoció a Manuel



Era una hermosa tarde en el barrio, el sol brillaba alto y el aire desprendía ese olor fresco a pasto recién cortado. Carlos, un niño de diez años con una gran sonrisa y una gorra roja siempre inclinada hacia un lado, se dirigía al parque con su pelota de fútbol bajo el brazo. Por otro lado, Manuel, también de diez años, con una camiseta de rayas y unos zapatos llenos de tierra, estaba por salir de su casa. Con la emoción a flor de piel, ambos niños tenían en mente pasar un rato divertido.

El parque no estaba tan lleno como en otras ocasiones. A medida que Carlos pasaba por el sendero, lanzó su pelota al aire y haciendo un movimiento rápido, la atrapó justo antes de que cayera. En ese mismo instante, Manuel cruzó la esquina del parque, llevando consigo una cometa roja que le había hecho su papá. De repente, la pelota de Carlos voló más lejos de lo previsto y cayó justo al lado de Manuel.

"¡Hola! Esa es mi pelota, perdón por el mal tiro" - dijo Carlos, un poco sonrojado.

"¡No hay problema! ¡Soy Manuel! ¿Te gusta jugar al fútbol?" - respondió Manuel, con una sonrisa.

"¡Me encanta! Pero la cometa también se ve divertida. ¿Sabés volar?" - preguntó Carlos, curioso.

"Sí, aunque a veces se me enreda en los árboles" - rió Manuel, mirando la cometa.

Los dos se pusieron a charlar. Pronto descubrieron que compartían varios gustos. A ambos les gustaba el deporte, la música y, especialmente, la pizza. Al enterarse de eso, Carlos sugirió hacer algo diferente.

"¿Querés que juguemos al fútbol? Después podríamos volar tu cometa" - dijo emocionado.

"¡Buena idea! Pero, si hacemos eso, después tenemos que compartir una pizza en mi casa. Mi mamá hace la mejor pizza de todas" - respondió Manuel, entusiasmado.

Después de un par de partidos de fútbol, llenos de risas y alguna que otra caída, llegó la hora de volar la cometa. Carlos y Manuel, con la brisa a su favor, lograron elevarla alto en el cielo, viendo cómo danzaba entre las nubes.

Mientras tanto, las madres de ambos niños, que estaban sentadas en un banco cercano, se dieron cuenta de que sus hijos se estaban divirtiendo juntos. Y al principio, miraron con curiosidad, pero pronto se unieron a la alegría.

"¡Mirá a esos chicos! Parece que se llevan muy bien" - dijo la mamá de Carlos.

"Sí, me parece genial. Yo nunca supe de ustedes, soy Lucía, la mamá de Manuel" - respondió la mamá de Manuel.

"Encantada. Yo soy Ana, la mamá de Carlos" - dijo Ana con una sonrisa.

La tarde pasó volando y cuando se dieron cuenta, el sol ya comenzaba a esconderse. Carlos y Manuel estaban agotados, pero felices. Prometieron encontrarse nuevamente al día siguiente.

"¡Nos vemos mañana!" - gritó Carlos mientras se alejaba.

"¡No faltes!" - respondió Manuel, agitando su cometa.

Al volver a sus casas, Carlos y Manuel no solo habían hecho una nueva amistad, sino que también sus madres encontraban ahora un amigo entre ellas. Así, empezaron a encontrarse un par de veces por semana, compartiendo momentos increíbles entre risas, juegos y, por supuesto, ¡pizzas!

Un día, mientras estaban en el parque, Carlos y Manuel decidieron hacer una competencia para ver quién era mejor volando la cometa.

"¡A ver quién la eleva más alto!" - retó Manuel.

"¡Acepto el desafío!" - respondió Carlos, con una mirada competitiva.

Ambos empezaron a correr y cuando Manuel estaba por lograrlo, una ráfaga de viento hizo que su cometa se enredara en un árbol.

"¡Oh no!" - exclamó Manuel, preocupado.

"No te asustes, ¡vamos a ayudarlo!" - dijo Carlos, decidido.

Ambos niños se acercaron al árbol y, después de varios intentos, lograron liberar la cometa. Cuando ya estaban a punto de darse por vencidos, Carlos recordó que habían visto una escalera apoyada en una casa cercana.

"¡Manuel, vamos a usar la escalera!" - sugirió Carlos.

"¡Buena idea!" - respondió Manuel, aliviado.

Así, con la escalera, obtener la cometa fue mucho más fácil. Después de rescatarla, ambos se abrazaron, riendo, sintiendo que habían logrado algo increíble en equipo. Las madres, que miraban desde lejos, se sintieron orgullosas de sus hijos.

Aquella experiencia no solo hizo que Carlos y Manuel se acercaran más, sino que también les enseñó la importancia del trabajo en equipo y la solidaridad.

A partir de entonces, jugar no solo significaba divertirse, sino también ayudarse el uno al otro. Desde aquél día, la amistad de Carlos y Manuel se volvió indestructible, y cada vez que se encontraban, las madres también encontraban un tiempo para compartir sus cosas. Así, la pequeña comunidad que se formó en el parque se convirtió en un lugar lleno de risas, aventuras y amistad.

FIN.

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