El Día que el Enojo se Fue
Había una vez un niño llamado Lucas que vivía en un pequeño pueblo. Lucas era un niño alegre, pero tenía un problema: el enojo. Este enojo no era como cualquier otro; se había convertido en una pequeña criatura llamada Enojo que lo seguía a todos lados. Tenía forma de nube oscura, con ojos llameantes y una voz estridente que no paraba de murmurar.
Un día, mientras jugaba en el parque, Enojo apareció con su grito molesto. "¡Lucas! ¡No dejes que tu amigo Emilito te gane en las carreras!"-.
Lucas, que inicialmente solo quería divertirse, sintió que la chispita del enojo comenzaba a arder en su pecho. "¡Está bien!"- gritó, mientras se lanzaba en una carrera desenfrenada. Pero cuando llegó a la meta, se dio cuenta de que no disfrutó del juego porque había estado más preocupado por ganar.
Los días pasaron y cada vez que algo le salía mal, Enojo intervenía. "¿Ves? Eso es porque no sos lo suficientemente bueno!"- le decía Enojo con burla. El chico comenzó a perder amigos por su actitud. Un sábado, Lucas fue al cumpleaños de su amiga Sofía y, al no recibir el regalo que esperaba, se sintió frustrado. Enojo se frotó las manos emocionado. "¡Mirá! ¡Ya te lo dije! Nadie te quiere!"-
Lucas, abrumado, reaccionó de manera brusca y se fue llorando a casa.
Una tarde, mientras se acomodaba en su cama, Lucas se dio cuenta de lo que el enojo le estaba haciendo a su vida. Al observar la nube oscura de Enojo danzando por su habitación, tomó coraje y decidió hablarle. "¡Basta! Quiero que te vayas. No me haces feliz,"- afirmó con determinación.
Enojo se sorprendió y gritó. "¡No! ¡Soy parte de vos!"- Sin embargo, Lucas no se dio por vencido.
"No quiero vivir así más. Quiero ser feliz y disfrutar de mis momentos,"- dijo Lucas, recordando esos días en el parque cuando corría y reía con sus amigos.
Con toda la fuerza que pudo reunir, Lucas empezó a pensar en cosas que lo hacían feliz: jugar al fútbol, pintar, andar en bicicleta. A cada pensamiento, Enojo se encogía más y más. "¡No puede ser! ¡No podés hacer eso sin mí!"- suplicaba, ahora casi imperceptible.
"Sí puedo. Elijo ser feliz,"- contestó el niño. "No quiero que me digas lo que debo sentir."-
Finalmente, con un grito de libertad y mucha valentía, Lucas decidió que no iba a permitir que Enojo lo controlara más. Abrió la ventana de su habitación y dejó que la luz del sol entrara. La nube oscura de Enojo se desvaneció, dejando atrás solo un atisbo de sombra.
Desde aquel día, Lucas aprendió a manejar sus emociones. Empezó a hablar con sus amigos cuando se sentía frustrado y a hacer respiraciones profundas cuando algo no salía como él esperaba.
Pasaron varias semanas y un día, al regresar del colegio, se encontró con Emilito. "Hola, Lucas! ¿Te gustaría jugar a la pelota en el parque?"- le preguntó con una gran sonrisa. Lucas sonrió de vuelta. "¡Claro! ¡Vamos!"-
Los dos corrieron felices hacia el parque. Ahora, cuando algo le molestaba, Lucas simplemente respiraba hondo y recordaba cómo se sintió el día que decidió deshacerse de Enojo. Había aprendido a ser feliz, y eso era todo lo que necesitaba.
Así, Lucas vivió muchas aventuras, siempre acompañado por una sonrisa, dejando que esas pequeñas nubes de enojo se disiparan rápidamente, como el viento que lleva las hojas de otoño.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.