El día que el sol sonrió en el parque


En un tranquilo y soleado día de verano, el parque estaba repleto de risas y juegos. Los niños correteaban de un lado a otro, disfrutando de la hermosa jornada al aire libre. Pero de repente, el sol comenzó a brillar con más fuerza y el calor se volvió insoportable.

Los árboles no brindaban suficiente sombra y el agua de la fuente estaba tibia. Los niños se miraron entre sí con caras de agotamiento, sin saber qué hacer para refrescarse. Fue entonces que apareció la entrañable señora Rosa, una vecina del barrio que siempre llevaba consigo una misteriosa canasta llena de tesoros.

- ¡Hola, chicos! ¿Cómo están soportando este calor tan fuerte? - exclamó la bondadosa mujer, con una sonrisa cálida.

Los niños se acercaron a ella, esperanzados de encontrar alguna solución a su problema. Se llevaron una gran sorpresa cuando la señora Rosa sacó de su canasta una variedad de frutas frescas y jugosas.

- Aquí tienen sandía, melón, naranjas y limonada bien fría. Esto les ayudará a refrescarse y a reponer energías para seguir jugando - les dijo la señora Rosa, repartiendo las deliciosas frutas entre los niños.

Los pequeños se deleitaron con la refrescante merienda, agradecidos por el gesto tan generoso de la señora Rosa. Mientras disfrutaban de las frutas, un niño observó que al lado de la señora Rosa había un par de enormes sombrillas.

- ¿Para qué son esas sombrillas, señora Rosa? - preguntó el niño con curiosidad.

- Son para todos ustedes, queridos. Las traje para que puedan sentarse debajo y sentirse más frescos. Además, les permitirán jugar sin preocuparse por el sol - respondió la señora Rosa con una chispa de diversión en sus ojos.

Los niños no podían creer la suerte que tenían. Rápidamente armaron un rincón de sombra con las sombrillas, y continuaron sus juegos protegidos del intenso calor. La señora Rosa se quedó por un rato, observando con alegría cómo los pequeños disfrutaban de su tarde en el parque.

Al final del día, el sol comenzó a bajar y el calor dio tregua. Los niños se despidieron de la señora Rosa con abrazos y agradecimientos, prometiéndole que la verían pronto. Mientras caminaba de regreso a su casa, la señora Rosa se sintió llena de dicha al haber podido alegrarles el día a esos maravillosos niños.

Desde entonces, cada vez que el calor apretaba en el parque, los pequeños recordaban cómo la generosidad y creatividad de la señora Rosa los ayudaron a superar aquel día de intenso calor. Y así, aprendieron que con un poco de ingenio y bondad, cualquier situación difícil puede transformarse en una hermosa aventura.

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