El día que nos quedamos encerrados



Era un día soleado en el colegio Primaria Del Sol. Todos los niños de la clase de primero estaban emocionados porque al final de la jornada tendrían una actividad especial en la sala de arte. Entre risas y juegos, esperaban ansiosos la llegada de la hora.

"¿Estás lista para pintar, Lola?" - preguntó Ale, mientras se arreglaba la mochila.

"¡Sí! Y tengo una idea genial para mi cuadro" - respondió Lola con una sonrisa radiante.

Los chicos estaban tan entusiasmados que no se dieron cuenta de que el tiempo había pasado volando. Cuando finalmente sonó el timbre y todos salieron al patio, el profesor Gómez se dio cuenta de que, de manera accidental, habían dejado la puerta principal cerrada.

"Espérenme aquí un momento que voy a ver qué pasó" - dijo el profesor y se fue hacia la entrada.

Los niños esperaron un poco, pero el profesor no volvía. Mientras tanto, entre juegos, conversaban sobre qué pintura iban a hacer.

"Yo dibujaré un dragón" - decía Javier.

"¡Yo quiero hacer un paisaje de mi casa!" - decía Elisa, cuando de repente miraron hacia la puerta y se dieron cuenta de que no podían salir.

"¿Dónde está el profe?" - preguntó Haitem, alarmado.

"No sé, pero me da miedo quedarme aquí encerrada" - dijo Leia con un nudo en la garganta. Todos empezaron a murmurar, asustados.

"Tranquilos, chicos. Vamos a pensar en una solución" - propuso Juan, mostrando su actitud de líder.

"¿Y si gritamos?" - sugirió Siena, pero Leo movió la cabeza.

"No creo que eso funcione. Tendremos que buscar a alguien que nos ayude" - dijo Leo, a lo que Martina añadió:

"Podríamos ir a la biblioteca, allí seguro que hay un teléfono".

Sin dudarlo, los niños se dirigieron a la biblioteca, donde había más espacios y libros mágicos que los habían hecho soñar tantas veces.

Al llegar, se dieron cuenta de que la biblioteca también estaba cerrada.

"No puede ser, ¡estamos atrapados!" - dijo Samara y todos sintieron un escalofrío.

"Calma, chicos, recuerden lo que aprendimos en clase: siempre debemos mantener la calma y pensar en equipo" - recordó Miguel Ángel, tratando de ser el voz de la razón.

"Además, podemos hacer algo divertido para distraernos mientras tanto" - sugirió Samia entusiasmada.

"¡Sí, hagamos un juego!" - propuso Antonio.

"Perfecto, juguemos a las adivinanzas. Yo empiezo. Soy algo que vuela, tiene alas y es colorido, ¿qué soy?" - dijo Elsa.

"¡Una mariposa!" - gritó María, emocionada. Todos comenzaron a reír y a jugar, olvidándose un poco del encierro.

Pero al seguir con el juego, se dieron cuenta que el tiempo pasaba y el profesor no aparecía. Decidieron entonces explorar un poco más el colegio.

"Caminemos hacia la sala de música, a lo mejor allí encontramos algo que nos ayude" - propuso Adriana.

Al llegar a la sala de música, encontraron el tambor, la guitarra y otros instrumentos. Entre risas, decidieron hacer una pequeña banda.

"¡Vamos a tocar algo divertido!" - exclamó Diego mientras aporreaba el tambor.

La música llenó el colegio y con ella, la alegría comenzó a reinar.

"Creo que si hacemos ruido, alguien nos oirá" - sugirió Rayam.

Los chicos se pusieron a cantar con todas sus fuerzas. Después de un rato, escucharon pasos que se acercaban. Era el profesor Gómez, quien había estado buscando una llave alternativa.

"Chicos, ¡los encontré! ¿Por qué no me dijeron que estaban aquí?" - dijo el profesor, aliviado al ver que todos estaban bien.

La clase, ahora unida por la aventura vivida, salió del colegio un poco más tarde de lo previsto, pero con una gran lección aprendida: la importancia de mantener la calma, trabajar juntos y encontrar la diversión en cada situación.

"¡Esto fue increíble!" - festejaban todos mientras salían de la escuela.

Y así, el día que se quedaron encerrados en el colegio se convirtió en una de las mejores historias que contarían a sus amigos. Nunca olvidarían cómo, unidos, pudieron transformar el miedo en risas y amistad.

FIN.

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