El día que se ataron solos



Era un día soleado en el barrio de La Esperanza, donde vivía un niño llamado Tomi. Tomi era un chico curioso y siempre andaba en busca de aventuras. Mientras exploraba su cuarto una tarde, encontró una zapatilla muy especial, ¡una zapatilla que podía atarse sola! Su nombre era Zapi.

"¡Hola, Tomi!" - dijo Zapi con una voz chispeante.

"¿Qué? ¿Una zapatilla que habla?" - exclamó Tomi, asombrado.

"Sí, y puedo atarme sola. Todos mis cordones se anudan cuando me lo piden" - respondió Zapi moviendo sus cordones de un lado a otro.

Tomi no podía creer lo que escuchaba. Era un sueño hecho realidad. Desde ese momento, Tomi y Zapi se volvieron inseparables. Cada mañana, Tomi se calzaba a Zapi y juntos exploraban el barrio, jugando a la pelota, saltando a la cuerda y corriendo de un lado a otro.

Un día, mientras jugaban, escucharon un llanto que venía del parque. Rápidamente, se fueron a investigar y encontraron a una nena llamada Lila, que estaba intentando ponerle los cordones a su zapatilla.

"¿Por qué lloras?" - le preguntó Tomi, acercándose a ella.

"No puedo atar mis zapatillas, siempre me quedo atrás cuando jugamos" - respondió Lila con lágrimas en los ojos.

Zapi, al escuchar esto, decidió ayudar.

"No te preocupes, Lila. ¡Yo puedo enseñarte!" - dijo Zapi, emocionada.

Lila miró la zapatilla sorprendida, pero se secó las lágrimas y sonrió.

"¿Cómo?" - preguntó Lila con curiosidad.

"Miren, atarse los cordones puede ser fácil. Primero, cogen un lado, lo cruzan sobre el otro..." - comenzó Zapi, y así fue como, en un instante, Lila aprendió a atarse los cordones.

"¡Lo logré!" - dijo Lila, brillando de felicidad.

Al ver a Lila sonreír, Tomi sintió que había hecho una buena acción. Pero pronto, Zapi sintió que no solo podían ayudar a un niño. ¡Podían ayudar a todo el barrio!"Vamos a hacer una pequeña escuela de atado de cordones en el parque!" - propuso Zapi.

Tomi y Lila se entusiasmó con la idea y comenzó a organizar con Zapi una tarde de juegos y aprendizaje. Invitaron a todos los chicos del barrio y, mientras se preparaban, Zapi les enseñó algunas técnicas.

El día de la gran reunión, el parque estaba lleno de niños. Todos estaban listos para aprender a atarse los cordones. Zapi empezó con un pequeño taller:

"Primero, vamos a poner toda nuestra atención. Puede parecer complicado, pero con práctica se vuelve cada vez más fácil" - explicó Zapi, mostrando cada paso.

Los niños escucharon con atención y uno por uno comenzaron a practicar. Algunos se reían al tropezar, pero todos estaban decididos a aprender.

A medida que avanzaba la tarde, todos lograron atarse sus zapatillas. La alegría era contagiosa. Entonces, de repente, un grito interrumpió la diversión. Era un perro que había atrapado la pelota de uno de los niños y corría en dirección al río. Todos se asustaron.

"Hay que ayudarlo antes que caiga en el agua!" - gritó Lila.

Tomi, decidido, empezó a correr hacia el perro. Pero de repente, se dio cuenta de que sus cordones estaban desatados y casi se cae.

"¡Zapi, ayúdame a atarme!" - gritó Tomi.

Zapi, con velocidad, intentó atarse, pero no podía porque estaba en el pie de Tomi.

"¡No puedo! Corre, Tomi, ¡hazlo rápido!" - exclamó Zapi.

Tomi, con un movimiento rápido, se ató los cordones buscando equilibrio y siguió corriendo tras el perro. Con un gran salto, los alcanzó y pudo recuperar la pelota antes de que el perro cayera al río.

"¡Lo logré!" - gritó Tomi, eufórico.

Todos los niños aplaudieron y Zapi no podía estar más orgullosa.

"¡Todos han aprendido algo hoy! ¡No solo a atarse los cordones, sino también a ayudar a los demás!" - dijo Zapi, emocionada.

Aquella tarde en el parque se cerró con risas y juegos, y desde entonces, Tomi, Zapi, Lila y todos sus nuevos amigos formaron un club donde cada semana se reunían para jugar y aprender cosas nuevas. Zapi se convirtió en la zapatilla más querida del barrio, no solo por atarse los cordones, sino porque enseñó que la amistad y la ayuda son los mejores lazos de todos.

Al final, Tomi comprendió que las pequeñas cosas pueden cambiar el día de alguien y que siempre se puede encontrar una solución si trabajamos juntos.

"Gracias, Zapi, por ser una gran amiga" - dijo Tomi mientras se calzaba a Zapi.

"Y gracias a ustedes por hacerme sentir especial" - respondió Zapi con felicidad.

Y así, la aventura de Tomi y Zapi demostró que incluso una simple zapatilla puede tener un gran impacto en la vida de los que la rodean, afianzando lazos de amistad y solidaridad entre los niños de La Esperanza.

FIN.

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