El día que Tomás aprendió a levantarse



Era un día soleado en el colegio San Martín. Los niños jugaban felices en el patio, riendo y gritando mientras disfrutaban del recreo. Entre ellos estaba Tomás, un niño aventurero al que le encantaba jugar en los columpios. Su risa se escuchaba a lo lejos mientras se impulsaba más y más alto.

- ¡Mirá cómo vuelo! - exclamó Tomás con emoción, sintiendo el aire fresco en su cara.

Sus compañeros se reían y animaban a Tomás. Pero, en un momento de descuido, decidió hacer una acrobacia y perdió el equilibrio.

- ¡Tomás, cuidado! - gritó Agustina desde el otro lado del patio.

¡Plaf! Tomás cayó al suelo con un gran estruendo. El patio se quedó en silencio por un instante, y luego toda la preocupación se desató.

- ¡Tomás! - exclamó Lucas corriendo hacia él.

- No se ve bien... - dijo Valentina, asustada.

- ¡Y si se lastimó! - agregó Diego, mirando con miedo a su amigo.

Tomás, aturdido, comenzó a levantarse con un poco de dificultad. Su rodilla le dolía, pero miró a sus compañeros que se acercaban con caras de preocupación.

- Eh, chicos, ¡estoy bien! - trató de tranquilizarlos.

- ¡Pero te caíste fuerte! - dijo Agustina, con una expresión de angustia.

Tomás sonrió, tratando de ocultar un pequeño dolor.

- Solo fue un rasguño, no es nada. - dijo, mientras se levantaba. Sin embargo, en su interior empezaba a sentirse un poco ansioso.

- ¿De verdad estás bien? - preguntó Lucas, mirándolo con atención.

- ¿Querés que vayamos a buscar a la maestra? - sugirió Valentina, preocupada por su bienestar.

Tomás se dio cuenta de que sus amigos estaban muy preocupados por él. Eso le dio un poco de confort, pero también se sentía un poco avergonzado.

- No, no hace falta. Puedo seguir jugando. - insistió. Pero en el fondo, no estaba tan seguro. La caída lo había dejado un poco asustado.

Los amigos se miraron entre sí, un poco renuentes a dejar que Tomás siguiera.

- ¿Y si jugamos a otra cosa? ¿Al escondite, o a la rayuela? - sugirió Diego, tratando de cambiar el ambiente.

Todos asintieron y se dirigieron hacia un rincón más seguro del patio. Entre juegos, Tomás empezó a olvidarse del miedo y la caída. Rieron, corrieron y jugaron, pero no podía dejar de pensar en el columpio.

- Más tarde, voy a volver a intentar - pensó mientras sus amigos jugaban a su lado. A medida que pasaba el tiempo, Tomás se sintió cada vez más seguro.

- ¡Vamos! - gritó Agustina, y Tomás sintió una chispa de valentía.

- Está bien, voy a intentarlo otra vez, pero primero quiero hacerlos participar. - anunció.

Los niños lo miraron con curiosidad.

- ¿Cómo? - preguntó Lucas, intrigado.

Tomás decidió que en vez de impulsarse solo, iba a pedirles que lo empujaran juntos.

- Cuando grite '¡más alto!', todos a empujar. ¿Se animan? - soltó con una sonrisa.

Los amigos, emocionados, aceptaron.

- ¡Claro que sí! - respondió Valentina.

Entonces, Tomás se acomodó en el columpio.

- ¡Listos! - gritó, y sus amigos comenzaron a empujarle.

- ¡Más alto! - pidió Tomás, riendo de alegría al sentir que avanzaba con fuerza.

- ¡Más alto, más alto! - respondieron ellos, mientras el columpio se alzaba en el aire. Tomás se sentía feliz y valiente, y la caída parecía haber sido solo un recuerdo lejano.

Al terminar el juego, Tomás se columpió una vez más, ya sin miedo.

- ¡Muchachos, nunca olviden que siempre podemos levantarnos! - les dijo, sonriendo.

Sus amigos aplaudieron y gritaron de alegría. Ese día aprendieron que a veces caerse es parte del juego, pero lo más importante es saber levantarse, una y otra vez, siempre con la ayuda de los que nos rodean.

FIN.

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