El diálogo de la amistad


Había una vez en un bosque muy lejano, una mamá ratón que cuidaba con mucho amor a su pequeño bebé.

Un día, mientras jugaban cerca de un río, el bebé ratón se alejó sin darse cuenta y la mamá ratón no pudo encontrarlo por ningún lado. La mamá ratón estaba desesperada buscando a su bebé por todos lados cuando de repente vio a lo lejos a un mono amigable que sostenía tiernamente al pequeño ratoncito en sus brazos.

La mamá ratón corrió hacia el mono para recuperar a su hijo, pero al acercarse, el mono intentó entregarle al bebé con una sonrisa amable. "Gracias por encontrar a mi bebé, eres muy amable", dijo la mamá ratón con gratitud.

El mono asintió y extendió sus brazos con ternura para darle al bebé a su madre.

Sin embargo, en ese momento algo inesperado ocurrió: asustada, la mamá ratón creyó que el mono quería hacerle daño a su hijo y salió corriendo tan rápido como pudo. El mono se quedó sorprendido y triste al ver cómo la mamá ratón huía asustada. Decidido a ayudarla y demostrarle que solo quería ayudar, el mono comenzó a seguir corriendo detrás de ella.

La mamá ratón corría sin parar, esquivando ramas y piedras mientras el mono intentaba alcanzarla pacíficamente. Con cada paso que daban juntos, la mamá ratón se daba cuenta de que el mono no representaba ninguna amenaza para su bebé.

Poco a poco fue perdiendo el miedo y comenzó a escuchar las palabras amables del mono que le aseguraba que solo quería devolverle a su hijo sano y salvo.

"¡Por favor espera! ¡No quiero hacerte daño! Solo quiero ayudarte", gritaba el mono mientras perseguía a la mamá ratón. Finalmente, después de una larga carrera llena de emociones encontradas, la mamá ratón se detuvo agotada frente al mono.

Miró sus ojos llenos de bondad y comprensión y entendió que había malinterpretado sus intenciones desde un principio. "Perdona mi reacción impulsiva", dijo avergonzada la mamá ratón. "Gracias por cuidar de mi bebé".

El mono sonrió con dulzura y entregó finalmente al bebé ratoncito sano y salvo en los brazos de su madre. Desde ese día, la mamá rata comprendió que no siempre las apariencias reflejan la realidad y aprendió a no juzgar sin antes conocer realmente las intenciones de los demás.

Juntos regresaron al hogar donde vivían felices sabiendo que habían superado juntos un malentendido gracias al valor de escucharse mutuamente y entenderse sin prejuicios ni miedos infundados.

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