El diálogo de Miguelin y el Gato Tomas


En una pequeña casa en el campo vivía Miguelin, un ratoncito muy travieso y curioso.

A Miguelin le encantaba correr por los rincones de la cocina en busca de su comida favorita: ¡el queso! Pero había un problema, y ese problema tenía nombre y bigotes: era el Gato Tomas, el guardián de la casa. Desde que Miguelin se mudó a la casa, el Gato Tomas estaba decidido a impedir que el ratoncito comiera su tan preciado queso.

Cada vez que Miguelin se acercaba a la despensa, el gato salía de su escondite con sus ojos brillantes y afiladas garras listas para atraparlo. Un día, cansado de tener miedo y hambre, Miguelin decidió buscar una solución al problema.

Se puso a investigar por toda la casa hasta encontrar un viejo libro en una estantería polvorienta. El libro hablaba sobre la importancia del diálogo y la resolución pacífica de conflictos.

Con esta idea en mente, Miguelin decidió enfrentar al Gato Tomas. Con valentía se acercó al felino mientras este tomaba una siesta junto a la chimenea. "¡Hola, Gato Tomas! ¿Podemos hablar un momento?", dijo Miguelin tímidamente. El Gato Tomas despertó sobresaltado y lo miró con desconfianza.

"¿De qué quieres hablar tú, ratoncito? ¡No tengo tiempo para tonterías!" gruñó el gato. Miguelin respiró hondo y continuó: "Entiendo que quieras proteger tu territorio y tu comida, pero yo también tengo derecho a alimentarme.

¿Qué te parece si encontramos una solución juntos?" propuso el ratoncito. El Gato Tomas frunció el ceño pensativo por unos segundos. Finalmente asintió con resignación: "Está bien, ratoncito.

Podemos hacer un trato: tú puedes comer un poco de queso siempre y cuando no hagas ruido ni ensucies mi hogar. "Miguelin asintió emocionado ante la posibilidad de disfrutar nuevamente del delicioso queso sin temor a ser perseguido por el gato.

A partir de ese día, ambos animales aprendieron a convivir pacíficamente en la casa. El Gato Tomas incluso compartía sus sobras con Miguelin algunas noches mientras intercambiaban historias sobre sus aventuras.

Así fue como Miguelín descubrió que muchas veces los problemas pueden resolverse dialogando y buscando soluciones juntos en lugar de pelear o ignorarse mutuamente.

Y desde entonces, cada vez que alguien visitaba aquella pequeña casa en el campo podía escuchar risas provenientes tanto del gatito como del ratoncito mientras compartían una merienda de queso bajo el cálido sol del atardecer.

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