El Diario de los Sueños
Era el año 1925 y el aire en París estaba lleno de jazz, risas y creatividad. Zelda Fitzgerald, una joven talentosa y llena de vida, disfrutaba de la emoción de esos locos años 20. La ciudad era un lienzo en blanco donde artistas, escritores y soñadores se reunían para crear su propia historia.
Una mañana, mientras Zelda tomaba su té en la terraza del café, hojeó su querido diario. Era un lugar secreto donde escribía sobre sus sueños, sus miedos y sus aventuras en la vibrante ciudad. Unas páginas llenas de sus pensamientos más íntimos. Sin embargo, esa mañana, un descubrimiento inesperado cambió su mundo.
Zelda se dio cuenta de que algunas de sus palabras, esas en las que había vertido su alma, habían aparecido en la última novela de su esposo, F. Scott Fitzgerald.
"Pero, Scott, este es mi diario, mis pensamientos... ¡¿por qué has hecho esto? !" - exclama Zelda, con un nudo en la garganta.
Scott, con una mirada de complicidad, le responde:
"Amor, tu inspiración es el alma de mi escritura. Tus palabras dan vida a mis historias..."
Zelda frunció el ceño. Sabía que su esposo la admiraba, pero también sentía que algo precioso había sido robado.
"Esos son mis sueños, Scott. No solo las palabras, sino mis secretos. Es como si hubiera compartido una parte de mí sin que me dijeras" - su corazón se debatía entre el orgullo y la tristeza.
Una noche, decidió que tenía que reflexionar. Salió a caminar por las calles de París, iluminadas por las luces de la ciudad. Se preguntaba si debía quedar enojada o si, en cambio, había algo más grande en juego. En el camino, se topó con un grupo de artistas. Un pintor estaba creando un mural vibrante en una pared y, al ver a Zelda, la invitó a compartir lo que tenía en su corazón.
"Ven, joven musa, cuéntame tus sueños. ¿No ves cómo cada trazo en el lienzo es una historia?" - dijo el pintor con una sonrisa.
Zelda se dio cuenta de que cada persona que pasaba por allí, cada artista, escribía su propio cuento, ya sea con palabras o pinceladas.
"Quizás... hasta yo, aunque no esté en mis palabras, estoy presente de alguna manera" - pensó, sentir ese calor en su pecho.
Finalmente, regresó a casa y encontró a Scott esperando en el sofá, con su novela en las manos. Decidió que no podía dejar que eso la lastimara. Zelda tenía su propia voz, su propio arte y era libre de expresarlo.
"Scott, quiero que mis palabras sigan siendo parte de ti, pero también quiero ser yo quien las cuente" - le dijo con determinación.
Scott la miró, entendiendo la chispa en sus ojos.
"Tienes razón, amor. Debemos crear juntos, no uno a expensas del otro. Tú eres la fuente de mi inspiración, pero también la creadora de tus propios mundos" - dijo con sinceridad.
A partir de ese momento, Zelda y Scott comenzaron a colaborar en una nueva historia, donde las ideas de Zelda se entrelazaban con la prosa de Scott. Juntos, crearon un universo lleno de personajes vibrantes y narrativas emocionantes.
Con el tiempo, Zelda se dio cuenta de que compartiendo su voz, no solo estaba protegiendo su espacio creativo, sino que estaba enriqueciendo su relación. Aprendió que al expresar sus sueños, no disminuía su luz, sino que la expandía. Cuando finalmente publicaron su historia conjunta, el mundo se maravilló ante la esencia de Zelda junto a la pluma de Scott.
Los años 20 eran locos y locos seguirían siendo, pero Zelda había encontrado su lugar en esa locura: ¡un verdadero artista, dispuesta a compartir su voz con el mundo! Y así, con amor y amistad, se emprendió en una nueva aventura, donde cada palabra se convertía en un sueño, y cada sueño en una historia hermosa por contar.
FIN.