El diario mágico de Ana



Un día, María estaba jugando con sus amigas en el parque cuando escuchó un ruido extraño. Se acercó a ver qué sucedía y vio que había una caja abandonada cerca de la fuente.

- ¿Qué será? -se preguntó María. Se acercó a la caja y notó que tenía una etiqueta que decía "Abre para descubrir". Sin pensarlo dos veces, abrió la caja y encontró un libro antiguo con letras doradas en la portada.

- ¡Guau! ¡Qué bonito! -exclamó María. Comenzó a hojear el libro y se dio cuenta de que era un diario de una niña llamada Ana.

Ana contaba todas sus aventuras científicas, cómo hacía experimentos en su casa y cómo quería ser inventora cuando creciera. María quedó fascinada por las historias de Ana e incluso comenzó a tomar notas para hacer sus propios experimentos.

María siguió leyendo el diario de Ana durante días, pero algo extraño comenzó a suceder: cada vez que leía una página del diario, se daba cuenta de que algo relacionado con esa historia ocurría en su vida real.

Por ejemplo, si Ana hablaba sobre cómo hizo crecer plantas con diferentes tipos de agua, al día siguiente María tendría una clase sobre botánica en la escuela. - Esto es increíble -pensaba María-. ¿Será posible? Pero no podía negar lo evidente: cada vez que leía el diario de Ana, algo mágico pasaba en su vida real.

Un día, mientras paseaba con sus abuelos por el campo, se encontró con una pequeña laguna donde había muchos sapos.

Recordando una historia del diario de Ana sobre cómo estudió la vida de los sapos, María decidió hacer su propio experimento y comenzó a observarlos detenidamente. - Abuela, abuelo -dijo María-. ¿Podemos llevarnos algunos sapos a casa para estudiarlos? - ¡Claro que sí! -respondieron sus abuelos entusiasmados.

María llevó los sapos a su casa y comenzó a estudiarlos, tal como lo hacía Ana en su diario. Hizo anotaciones sobre qué comían, cuánto tiempo tardaban en saltar y cómo se relacionaban entre ellos.

Con el tiempo, María se dio cuenta de que no necesitaba el diario mágico para ser una inventora o científica como Ana. Simplemente tenía que seguir sus propios intereses y curiosidades, como lo hizo Ana en su momento.

Ahora, cada vez que alguien le preguntaba qué quería ser cuando creciera, María respondía con seguridad:- Quiero ser una científica e inventora como Ana... pero también quiero ser yo misma y descubrir cosas nuevas todos los días.

FIN.

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