El diente valiente
Había una vez un niño llamado Benjamin que estaba muy emocionado porque se le estaba por caer su primer diente.
Todos sus amigos en el colegio ya habían perdido al menos uno, y él estaba deseando que llegara su turno. Una mañana, mientras desayunaba con su familia, Benjamin sintió un ligero movimiento en su boca. Se tocó el diente y notó que estaba bastante flojo.
¡Estaba a punto de perderlo! Lleno de emoción, corrió hacia sus padres para contarles la gran noticia. "¡Mamá! ¡Papá! ¡Mi diente está a punto de caerse!" exclamó Benjamin saltando de alegría. Sus padres sonrieron orgullosos y le dijeron: "Eso es maravilloso, Benjamin.
Recuerda que cuando se te caiga el diente debes ponerlo debajo de tu almohada para que el Ratoncito de los Dientes lo cambie por una moneda". Benjamin asintió emocionado y esperó ansioso el momento en que finalmente se desprendería ese pequeño tesoro dental.
Pero pasaron los días y nada parecía hacerlo caer más rápido. Intentó morder manzanas crujientes, comer caramelos pegajosos e incluso atar un hilo alrededor del diente para tirar de él, pero todo fue en vano.
Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos Sofía y Lucas, Benjamin les contó sobre su diente flojo y cómo no podía hacerlo caer. Sofía sugirió ayudarlo diciendo: "¿Qué tal si intentamos jugar a las escondidas? Si corres mucho, tal vez tu diente se caiga".
Benjamin aceptó la idea y comenzaron a jugar. Corrieron y se escondieron en todos los rincones del parque, pero su diente seguía firme como una roca. Estaba un poco desanimado, pero Sofía no iba a rendirse tan fácilmente.
"¡Tengo otra idea!", exclamó Sofía con una sonrisa traviesa. "Si subes al tobogán muy rápido, puede que el golpe haga caer tu diente".
Benjamin subió al tobogán y bajó a toda velocidad, pero su diente aún no estaba listo para desprenderse. Aunque estaba un poco frustrado, Lucas tenía una última idea. "¿Y si intentamos saltar la cuerda? ¡Puede que los saltos hagan que tu diente salte también!" sugirió Lucas emocionado.
Los tres amigos tomaron la cuerda y comenzaron a saltar mientras contaban cada salto en voz alta. Benjamin saltaba con todas sus fuerzas, esperando que su diente finalmente se cayera. Pero después de muchos saltos, todavía estaba allí.
Desanimado, Benjamin decidió dejar de intentarlo por ese día y fue a casa pensativo. Se sentó en su cama mirando el espejo cuando notó algo brillante en uno de sus zapatos. Lo sacó y descubrió una moneda dorada debajo de él.
¡El Ratoncito de los Dientes había venido! Lleno de alegría, Benjamin corrió hacia sus padres para contarles lo ocurrido e intercambiar el diente por la moneda recibida del Ratoncito.
Sus padres le felicitaron por su paciencia y le dijeron que a veces las cosas no suceden exactamente como uno espera, pero eso no significa que no sean especiales. Benjamin aprendió una valiosa lección: la paciencia y la perseverancia son importantes en cada etapa de nuestra vida.
Aunque estaba ansioso por perder su primer diente, descubrió que el proceso en sí también era especial y emocionante. Sabía que tarde o temprano, todos sus otros dientes también se caerían cuando fuera el momento adecuado.
Desde ese día, Benjamin valoró cada pequeño logro y comprendió que las cosas buenas llegan cuando menos te lo esperas. Y aunque aún tenía muchos dientes por perder, sabía que siempre habría aventuras emocionantes esperándolo en el camino hacia la adultez.
FIN.