El Dinosaurio del Jardín
Era una mañana soleada en la ciudad de Buenos Aires y Martín, un niño curioso de ocho años, se despertó con una gran sorpresa. Al abrir la ventana, se quedó boquiabierto. Allí, en su jardín, había un enorme dinosaurio de cuello largo, que parecía estar disfrutando del sol.
- ¡Mamá! -gritó Martín, corriendo hacia la cocina-. ¡Hay un dinosaurio en el jardín!
La madre de Martín, que estaba preparando el desayuno, se asomó por la ventana y rió.
- Martín, eso es solo un sueño de nuevo. Debes ir a lavarte los dientes -dijo su mamá, pero Martín estaba decidido de que era real.
Así que después de desayunar, salió al jardín con cautela. El dinosaurio era más grande de lo que había imaginado y su piel era de un verde brillante con manchas amarillas.
- ¡Hola! -dijo Martín, dudando un poco. El dinosaurio miró hacia él y movió su larga cola.
- ¡Buenos días, pequeño amigo! -respondió el dinosaurio, a sorpresa de Martín.
- ¡¿Hablas? ! -exclamó Martín, sin poder contener su asombro.
- Claro que sí, se llama Dino. -El dinosaurio sonrió, mostrando una fila de dientes enormes pero amistosos.- ¿Te gustaría dar un paseo?
Martín, aún en estado de sorpresa, asintió. Se subió a la espalda de Dino y juntos comenzaron un recorrido por el barrio. El dinosaurio era gentil y caminaba despacito.
- ¿Dónde vivís? -preguntó Martín.
- En un lugar muy lejano, donde los árboles son tan altos que casi tocan el cielo. Pero decidí venir aquí porque escuché que había un niño muy especial -respondió Dino.
Así, Dino le contó historias de su vida en el pasado, de grandes bosques, volcanes y otros dinosaurios.
- ¡Es tan fascinante! Nunca había escuchado algo así -dijo Martín, emocionado.
Pero de repente, un grupo de niños del vecindario se acercó, mirando con curiosidad.
- ¿Qué es eso? -preguntó uno de ellos, aterrorizado.
- ¡Es un dinosaurio! -gritó otro.
Los niños comenzaron a murmurar temerosos y algunos incluso se dieron vuelta corriendo hacia sus casas.
- No te preocupes, soy un amigo -dijo Dino, bajando su cabeza para que los niños pudieran verlo mejor.- No voy a hacerles daño.
Pero los niños seguían aterrados. Martín se dio cuenta de que necesitaba ayudar a Dino.
- ¡Chicos! -exclamó Martín. -¡No le tengan miedo! Es gentil y solo quiere hacer amigos. ¡Vengan!
Uno a uno, los niños se acercaron con recelo. Martín mostró cómo acariciar a Dino, y se dieron cuenta de que era inofensivo y amistoso. Poco a poco, la curiosidad superó el miedo.
- ¡Wow! Es como un dinosaurio de verdad -dijo uno de los niños, sonriendo.
- ¡Es increíble! -exclamó otra niña.
Después de unos minutos, todos los niños estaban fascinados por Dino. Jugaron juntos, explorando el jardín y riendo. Sin embargo, Martín y Dino sabían que su tiempo juntos era limitado.
- Martín, debo irme. Pero quiero que recuerdes nuestra aventura -dijo Dino, mirando a su nuevo amigo con tristeza.
- No quiero que te vayas -dijo Martín, con los ojos llenos de lágrimas.
- Recuerda que siempre tendrás amigos, incluso si no están aquí. La amistad no tiene límites, y yo siempre te tendré en mi corazón -respondió Dino.
Y con eso, Dino se despidió de todos los niños y, al dar un gran salto, desapareció en un destello de luz brillante. Martín, aunque triste, sonrió al recordar todos los momentos felices.
Esa noche, cuando se metió en su cama, miró por la ventana hacia el cielo estrellado y prometió nunca olvidar a su amigo dinosaurio. Así entendió que a veces, los miedos se pueden transformar en amistades, y que la verdadera magia está en el corazón.
Desde ese día, Martín se convirtió en un defensor de la amistad, enseñando a sus compañeros la importancia de no tener miedo a lo desconocido. Y aunque Dino ya no estaba, su legado vivía en cada risa compartida y en cada aventura nueva que Martín se atrevía a vivir.
FIN.