El Domingo Silencioso



Era un hermoso domingo en el pequeño pueblo de Colibrí, donde las aves siempre cantaban alegremente. Pero aquel día, el aire estaba completamente en silencio. No se escuchaban los trinos de los gorriones, ni el canto melodioso de las golondrinas. Las pequeñas criaturas voladoras parecían haber desaparecido.

Los niños del pueblo se reunieron en la plaza, sorprendidos por la falta de música en el aire. Entre ellos estaba Lía, una niña curiosa y valiente, que decidió investigar el misterio detrás del silencio.

"¿Dónde estarán las aves?" - preguntó Lía, mirando a sus amigos.

"Tal vez se fueron a otro lugar, como las mariposas" - sugirió Tomás, un niño con una gran imaginación.

"O quizás están enojadas con nosotros por algo que hicimos" - dijo Ana, con cara de preocupación.

Los amigos decidieron que no podían quedarse de brazos cruzados. Juntos, comenzaron a recorrer el pueblo buscando respuestas. Preguntaron a los ancianos, a los jardineros y hasta al panadero, pero nadie parecía tener la solución.

Mientras caminaban, se encontraron con el sapo Don Pulgón, que estaba descansando en un charquito.

"¡Hola, niños!" - dijo el sapo, moviendo su lengua. "¿Qué los trae por aquí tan calladitos?"

"Don Pulgón, no escuchamos a las aves cantar hoy. ¿Sabés por qué?" - preguntó Lía.

"Hmm, los pájaros son muy sensibles. Tal vez algo en el paisaje los asustó" - respondió el sapo, mirándolos con sus grandes ojos.

Entonces, los niños decidieron ir hasta la colina para observar el paisaje. Desde allí, vieron que había un grupo de personas en el parque, haciendo ruido y dejando basura tirada. El desorden y el bullicio parecían asustar a las aves.

"Los pobres pájaros deben tener miedo de nosotros" - dijo Ana, un poco triste.

"¡No podemos dejar que eso siga así!" - exclamó Lía. "Debemos ayudar a limpiar y hacer que se sientan cómodos de nuevo."

"Sí, así podremos escucharlos cantar otra vez" - añadió Tomás.

Los niños se pusieron manos a la obra. Reunieron bolsas de papel y empezaron a recoger la basura del parque, explicando a las personas que estaban disfrutando del día por qué era importante cuidar el medio ambiente.

"Cuando cuidamos la naturaleza, las aves pueden volver a sentirse seguras. Sin ellas, el domingo es muy triste" - les dijeron con entusiasmo.

Poco a poco, más y más niños se unieron a la causa. La noticia del silencio de las aves se esparció rápido y pronto, adultos y niños estaban trabajando juntos para limpiar el pueblo. Una vez que la zona estaba impecable, todos se sentaron en la colina a descansar y a disfrutar del sol.

De repente, un suave trino comenzó a sonar en la distancia. Todos miraron hacia el horizonte y vieron un grupo de aves volando hacia ellos, llenando el aire con su música. Las golondrinas danzaban en círculos y los gorriones se unieron con sus alegres cánticos.

"¡Miren! ¡Están de vuelta!" - gritó Lía con alegría.

"¡Lo logramos!" - exclamó Tomás, mientras aplaudían emocionados.

"¡Gracias a nuestro esfuerzo!" - dijo Ana, sonriendo.

Desde aquel día, el pueblo de Colibrí no solo se llenó de cantos de aves, sino que los niños aprendieron la importancia de cuidar el medio ambiente y trabajar en equipo. Nunca volvió a haber un domingo silencioso, y cada vez que escuchaban el trino de las aves, recordaban con orgullo cómo habían logrado que regresaran.

Así, Lía, Tomás y Ana se convirtieron en verdaderos guardianes de la naturaleza, inspirando a otros a hacer lo mismo. Y cada domingo, al escuchar a las aves, todos en el pueblo sonreían, recordando que un pequeño esfuerzo podía marcar la diferencia.

FIN.

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