El don de Muchis



Había una vez una gatita llamada Muchis que vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos y árboles.

A diferencia de los demás gatos, Muchis tenía un don especial: podía escuchar los sonidos de todo lo que la rodeaba y expresar lo que sentía. Un día soleado, mientras exploraba el jardín trasero de su casa, Muchis se encontró con un pájaro cantando en el árbol cercano.

El canto del pájaro era tan hermoso que Muchis no pudo evitar saltar de alegría. - ¡Pío pío! ¡Estoy feliz! - exclamó Muchis mientras movía su cola emocionada. Mientras seguía su camino, llegó a un estanque donde había ranas croando.

El sonido era tan fuerte y estridente que a Muchis le hizo sentir miedo. - ¡Crua crua! ¡Tengo miedo! - dijo Muchis asustada mientras se escondía detrás de unos arbustos. Continuando su aventura, llegó a una granja donde las vacas mugían sin parar.

El ruido era tan intenso que a Muchis le dolían los oídos. - ¡Mu mu! ¡Me lastima el ruido! - maulló Muchis con tristeza mientras tapaba sus orejas con sus patitas. Decidida a encontrar sonidos más agradables, Muchis siguió caminando hasta llegar al centro del pueblo.

Allí se encontró con niños jugando al fútbol en la plaza. Los gritos de emoción y risas llenaron el aire y eso hizo que Muchis se sintiera contenta nuevamente.

- ¡Gol! ¡Estoy feliz! - exclamó Muchis mientras saltaba alrededor de los niños. Más tarde, mientras paseaba por la calle principal, Muchis escuchó una melodía suave y delicada proveniente de una tienda de música. Era un piano tocando una hermosa canción.

El sonido era tan relajante que Muchis se quedó allí, hipnotizada por la melodía. - ¡Tin tin! ¡Me siento tranquila! - ronroneó Muchis mientras cerraba sus ojitos disfrutando del momento. De repente, un fuerte trueno resonó en el cielo y empezaron a caer gotas de lluvia.

Muchis se asustó y corrió hacia un portal cercano para refugiarse de la tormenta. Desde allí, vio cómo las luces del pueblo comenzaban a iluminar las calles mojadas.

- ¡Pum pum! ¡Tengo miedo pero me siento segura aquí! - dijo Muchis con voz temblorosa mientras observaba el espectáculo desde su escondite. A medida que pasaba el tiempo, los rayos y truenos fueron desapareciendo hasta que finalmente dejó de llover.

Entonces, Muchis salió del portal y regresó a casa sintiéndose valiente después de haber enfrentado sus miedos. Al día siguiente, cuando el sol salió nuevamente, Muchis decidió compartir sus experiencias con los demás animales del pueblo.

Reuniéndolos en la plaza central, les contó sobre los diferentes sonidos que había escuchado: el canto del pájaro que le hizo feliz, el croar de las ranas que le dio miedo, el mugido de las vacas que le lastimó los oídos, los gritos de los niños que la alegraron y la melodía del piano que la tranquilizó.

- ¡Miau miau! - exclamó Muchis con entusiasmo - Todos somos diferentes y nos afectan sonidos distintos. Es importante escuchar nuestros sentimientos y aprender a manejarlos.

Los animales asintieron y se dieron cuenta de lo valioso que era poder expresarse como Muchis lo hacía. A partir de ese día, todos aprendieron a escuchar sus propios sentimientos y a respetar las emociones de los demás.

Y así, gracias a su don especial, Muchis enseñó una valiosa lección al pueblo: cada uno tiene su propia forma de sentirse ante diferentes situaciones. Y eso está bien porque todos somos únicos.

Desde entonces, Muchis siguió explorando el mundo con sus agudos oídos y corazón abierto, ayudando a otros animales a entender y expresar sus emociones. Y juntos vivieron muchas aventuras llenas de sonidos maravillosos.

FIN.

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