El Dragón de la Colina Verde



Era un hermoso día de primavera en el pequeño pueblo de Valle Alegre. Un grupo de niños, compuestos por Tomás, Lucía y Mateo, decidió explorar un campo verde que se extendía más allá de sus casas. El sol brillaba y las flores florecían por doquier, creando el escenario perfecto para una aventura.

Mientras corrían y reían, Lucía, que siempre había sido la más curiosa, notó algo extraño en la cima de una colina. "¡Miren eso!" – gritó señalando con su dedo "Parece que hay algo brillante en lo alto de la colina. Vamos a ver qué es!"

"Dale, vamos!" – exclamó Tomás, emocionado por la idea de una nueva aventura.

Los niños llegaron a la cima de la colina y se sorprendieron al encontrar un pequeño dragón, de alas brillantes y escamas de color esmeralda. Tenía un tamaño similar al de un perro, pero en vez de ladrar, emitía un suave ronroneo. El dragón los miró con curiosidad.

"¡Es hermoso!" – suspiró Mateo, acercándose lentamente "Nunca había visto algo así en mi vida."

"¿Cómo creés que llegó hasta aquí?" – preguntó Lucía con una mezcla de emoción e intriga.

El dragón se acercó a ellos y, para su sorpresa, comenzó a hablar. "Hola, pequeños. Soy Zephyr, el dragón de la colina. He estado muy solo aquí. Nadie parece querer jugar conmigo."

Los niños se miraron entre sí, un tanto incrédulos.

"¿Un dragón que quiere jugar?" – preguntó Tomás riendo. "Esto es increíble!"

"Sí, es cierto. A veces me siento triste porque todos piensan que soy peligroso solo por ser un dragón. Pero, en realidad, me gustaría hacer amigos y jugar como ustedes."

Lucía, con su gran corazón, propuso algo. "¡Podemos jugar juntos! ¿Te gustaría jugar a la escondida?"

"¡Me encantaría!" - respondió Zephyr emocionado. Así que comenzaron a jugar, riendo y creando recuerdos inolvidables.

Pasaron horas jugando y, a medida que la tarde avanzaba, Tomás tuvo una idea brillante. "¿Por qué no hacemos un club de amigos? Pueden ser solo nosotros tres y Zephyr. ¡Seríamos los primeros en tener un dragón como amigo!"

Todos aplaudieron la idea, ya que se sentían felices de haber hecho un nuevo amigo. Pero la diversión tuvo un giro inesperado cuando comenzara a caer la noche.

"Debemos irnos a casa, Zephyr. No quiero que mi mamá se preocupe por mí." – dijo Lucía con tristeza.

"No se preocupen. Siempre pueden volver a jugar conmigo cuando quieran." - respondió Zephyr, con una sonrisa que hizo que sus escamas brillaran aún más bajo la luz de la luna.

Los días pasaron y los niños visitaban a Zephyr cada tarde después de la escuela. Sin embargo, un día, mientras jugaban, apareció un grupo de adultos del pueblo que, al ver al dragón, comenzaron a gritar y a alejar a los niños.

"¡Aléjense de esa cosa peligrosa!" - gritó un hombre.

Lucía, muy asustada, se adelantó y dijo: "¡Es mi amigo! No les hará daño. Solo quiere jugar y ser parte de nosotros!"

Pero los adultos no parecían escuchar. Tomás, muy valiente, se unió a Lucía. "¡Nosotros lo conocemos y es bueno! No deberían asustarse por su apariencia. ¡Zephyr es un dragón divertido, no un monstruo!"

Mateo, viendo que la situación se salía de control, se hizo un plan. "¿Y si hacemos una demostración de que Zephyr no es peligroso?"

Los niños rápidamente corrieron hacia el dragón y le pidieron que les hiciera una demostración. Zephyr, al escuchar el plan, asintió emocionado.

"¡Puedo mostrarles cómo puedo volar suavemente!"

Súbitamente, el dragón se alzó en el aire, dando vueltas en círculos mientras lanzaba pequeñas llamas de colores. Los adultos, boquiabiertos, observaron cómo el dragón hacía acrobacias y aterrizaba con suavidad en el suelo, justo ante ellos.

"Oh, Dios, qué hermoso. No lo había visto así antes" - murmuró una mujer.

Poco a poco, los adultos comenzaron a acercarse, dejando atrás sus miedos.

"Lo siento, pequeño dragón. No debimos juzgarte por cómo te ves. Te juzgamos sin conocerte." – dijo el hombre que había gritado antes.

"No te preocupes. Estoy feliz de que ahora puedan ver que solo quiero ser su amigo." - respondió Zephyr con una sonrisa.

Desde aquel día, el dragón se convirtió en el protector del pueblo. Los niños enseñaron a los adultos que no podían juzgar a alguien solo por su apariencia, y juntos crearon un vínculo especial: el Club de la Amistad, donde todos, grandes y chicos, podían aprender a jugar y amar sin prejuicios.

Y así, Valle Alegre se llenó de risas, juegos y un dragón que nunca más estaría solo.

FIN.

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