El dragón de las emociones


Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villa Piedrarco, un drago muy especial. Este drago tenía la habilidad de salir solo cuando había luna roja y se alimentaba de piedras preciosas.

Pero lo más curioso era que también podía alimentarse de las emociones positivas de las personas. El drago vivía en lo alto de una montaña, donde nadie se atrevía a acercarse por miedo a sus poderes.

Sin embargo, el drago no era malo ni peligroso, solo necesitaba alimentarse para mantener su energía y seguir protegiendo el bosque encantado donde habitaba. Un día, llegó al pueblo una niña llamada Martina. Era una niña valiente y curiosa que siempre buscaba aventuras.

Martina había escuchado hablar del legendario drago y decidió ir en su búsqueda para descubrir si los cuentos eran ciertos. Martina subió la montaña con determinación y llegó hasta la cueva del drago.

Cuando entró, vio al imponente dragón durmiendo plácidamente sobre un lecho de piedras preciosas brillantes como el sol. - ¡Hola! -saludó Martina tímidamente. El drago despertó lentamente y miró a Martina con curiosidad. - ¿Quién eres tú? -preguntó el drago con voz profunda pero amigable.

- Soy Martina, vine a conocerte porque he oído muchas historias sobre ti -respondió la niña sonriendo-. Me gustaría saber si es verdad que te alimentas de piedras preciosas o incluso de las emociones positivas de las personas.

El drago asintió y le explicó que, debido a la rareza de las lunas rojas, no siempre podía encontrar piedras preciosas para alimentarse. Por eso, también se alimentaba de las emociones positivas de las personas. - ¿Y cómo haces eso? -preguntó Martina intrigada.

El drago explicó que cuando alguien experimenta alegría, amor o gratitud, emite una energía especial que él puede absorber para mantenerse fuerte y saludable.

Pero también les enseñó a los niños del pueblo a ser cautelosos con sus emociones negativas, ya que el drago no podía alimentarse de ellas y podrían debilitarlo. Martina se dio cuenta de que tenía una gran responsabilidad.

Decidió ayudar al drago a encontrar piedras preciosas para que nunca tuviera hambre y así pudiera seguir protegiendo el bosque encantado. Junto con los niños del pueblo, Martina organizó una búsqueda en la montaña en busca de piedras preciosas.

Cada vez que encontraban una joya brillante, se la llevaban al drago como ofrenda amistosa y símbolo de gratitud por su labor protectora. Con el tiempo, el bosque encantado se convirtió en un lugar próspero y lleno de vida gracias al poder del drago y las emociones positivas emitidas por los habitantes del pueblo.

Desde aquel día, cada luna roja era motivo de celebración en Villa Piedrarco. Los niños bailaban alrededor del drago mientras este disfrutaba su banquete compuesto tanto por las piedras preciosas encontradas como por la felicidad compartida entre todos ellos.

Y así fue como Martina descubrió la importancia de cuidar de los demás y cómo nuestras emociones pueden influir en el mundo que nos rodea. Aprendió a ser valiente, compasiva y a mantener siempre su corazón lleno de alegría.

Y colorín colorado, este cuento del drago y Martina se ha acabado.

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