El dragón del castillo olvidado
Había una vez, en un antiguo castillo aislado rodeado de un denso bosque, un pequeño dragón llamado Dragónito. Su escamosa piel verde brillaba como esmeraldas bajo el sol, y sus ojos azules reflejaban la curiosidad del mundo. A pesar de que el castillo estaba deshabitado desde hacía años, Dragónito nunca se sintió sólo, pues siempre buscaba aventuras entre los altos pasillos y oscuras torres del lugar.
Un día, mientras exploraba el gran comedor, escuchó un ruido fuera del castillo. Se asomó por una de las ventanas polvorientas y vio a un grupo de condes y sus hijos acercándose a pie.
"¿Quiénes son ellos?", se preguntó Dragónito intrigado,
"Quizás son amigos que vienen a jugar conmigo!"
Los condes, al ver el castillo, decidieron acampar allí por un fin de semana. El líder del grupo, Conde Federico, dijo a sus hijos:
"Este castillo es un lugar perfecto para una aventura, ¿no creen?"
"¡Sí!", gritaron los niños emocionados.
Mientras los niños montaban su campamento, Dragónito, curioso y ansioso por conocerlos, decidió presentarse. Pero justo cuando estaba por volar hacia ellos, recordó que los dragones a menudo eran considerados peligrosos. Se echó atrás y pensó en un plan.
Por la noche, mientras los condes y sus hijos estaban alrededor de la fogata, Dragónito se acercó sigilosamente y, usando su aliento de fuego, encendió la fogata un poco más brillante.
"¡Miren eso!", gritó uno de los niños.
"¿Quién lo hizo?"
"Será un espíritu del castillo", sugirió otro con asombro.
Dragónito se sintió feliz de que su pequeño truco les sorprendiera, pero también se preocupó.
"Ellos piensan que soy un espíritu. No sé si deberían conocerme", se decía a sí mismo.
No obstante, Dragónito no pudo resistirse a su curiosidad y un día decidió que debía conocer a los niños.
Con una pizca de valentía, se acercó a la fogata. Los niños vieron las escamas brillantes que iluminaban la noche oscura.
"¡Miren!"
"¡Es un dragón!", exclamó la más pequeña, Clara.
"¡No tengan miedo!", dijo Dragónito intentando sonar ameno.
"Soy Dragónito, vivo aquí. ¿Puedo jugar con ustedes?"
Los condes miraron a sus hijos.
"No deberíamos acercarnos a él. Es un dragón".
"Pero se ve amigable", argumentó Clara, con sus ojos llenos de asombro.
Después de una breve discusión, los condes decidieron darle una oportunidad.
"Está bien, pero mantendremos distancia por si acaso."
Los niños comenzaron a jugar con Dragónito. Saltaron, corretearon y Dragónito mostraba sus habilidades. Con su aliento de fuego, creaciones brillantes se formaban en el aire, iluminando la noche.
"¡Miren, un dragón volador!", gritaba uno.
"¡Haceme un dragón de fuego!", pedía Clara entusiasmada.
A medida que los días pasaban, Dragónito se convirtió en el compañero de juegos favorito de los niños. Sin embargo, también comenzó a notar actitudes de algunos adultos con desconfianza hacia él. Un día, el Conde Federico, preocupado, se acercó a Dragónito.
"Debemos asegurarnos de que no hagas daño a nuestras familias. Los dragones tienen una mala reputación."
"Pero yo solo quiero jugar", insistió Dragónito, con voz triste.
"Si me dejas demostrarte cómo soy, podré mostrarte que no soy como los otros dragones."
El conde, movido por la sinceridad de Dragónito, decidió organizar una prueba:
"Si tú logras ayudar a los campesinos del pueblo vecino a apagar un gran incendio en el bosque, te consideraremos un amigo."
Dragónito, emocionado, voló raudo hacia el incendio. Con su aliento, sofocó las llamas, mientras los campesinos miraban asombrados y agradecidos.
"¡Es un héroe!"
"Nunca pensamos que un dragón podría ser nuestro salvador!"
Al regresar al castillo, Dragónito fue recibido como un bello héroe por los condes y sus hijos.
"Estamos orgullosos de tenerte como amigo", dijo el Conde Federico.
"Desde hoy, serás nuestro dragón del castillo."
Desde aquel día, Dragónito y los niños vivieron numerosas aventuras juntos, explorando el bosque, ayudando a los aldeanos y descubriendo tesoros escondidos. Aprendieron que la amistad no tiene límites y que las apariencias engañan.
Así, Dragónito y los condes se convirtieron en inseparables, rompiendo los mitos y mostrando que incluso un pequeño dragón puede ser un gran amigo y un defensor de lo que es correcto.
Y así, el castillo olvidado volvió a cobrar vida, lleno de risas y aventuras, gracias a un pequeño dragón y la valentía de unos niños que supieron ver más allá de las apariencias.
FIN.