El Dragón Gigante y la Amistad Inesperada



Había una vez, en un reino muy lejano, un dragón gigante llamado Tigrano. Era enorme y sus escamas brillaban con los colores del arcoíris, pero su fama no era solo por su tamaño y belleza, sino más bien por su terrible carácter. Todos los habitantes del reino le temían tanto que preferían encerrarse en sus casas cuando él volaba por encima. Tigrano no tenía amigos y se sentía muy solo.

Un día, después de un vuelo por los cielos, Tigrano decidió descansar en un oscuro bosque. Mientras tanto, un pequeño grupo de niños del pueblo decidió aventurarse en ese mismo bosque a buscar bayas. Cuando vieron al dragón, quedaron paralizados.

"¡Es un dragón gigante!" - gritó Sofía, la más valiente del grupo.

"¡Corran! ¡Nos va a comer!" - respondió Martín, asustado.

Pero Tigrano no se movió. Solo los miró con curiosidad. Entonces, Sofía, armándose de valor, se acercó lentamente al dragón y le dijo:

"Hola, señor dragón. No queremos hacerte daño, solo buscamos bayas para un pastel."

Tigrano, sorprendido por la actitud de la niña, respondió:

"No sé qué son esas bayas, pero no tengo hambre."

Sofía no se detuvo. Le preguntó:

"¿Por qué siempre vuelas solo? Todos te temen. ¿No te gustaría tener amigos?"

El dragón suspiró.

"No sé cómo hacer amigos. No sé jugar. Cada vez que intento acercarme, todos huyen de mí."

Sofía pensó por un momento y luego dijo:

"Podrías aprender a jugar con nosotros. Ven mañana al claro del bosque y haremos una gran merienda. Te prometo que no te vamos a tener miedo."

Tigrano no sabía si eso era posible, pero su corazón palpitaba con esperanza. A la mañana siguiente, decidió asistir al claro. Al principio, los demás niños estaban aterrorizados.

"¡Es el dragón! ¡Viene a comernos!" - gritó Clara.

"No, esperen. Él no quiere hacer daño. Viene a jugar." - respondió Sofía.

Tigrano se sentó cuidadosamente, y con mucha tímidez dijo:

"Hola a todos. Vengo en son de paz. Sofía me invitó a merendar."

Los niños, sin saber qué hacer, lo miraron con cautela. Pero Sofía les sonrió y les dijo:

"Vamos a darle una oportunidad. Él solo quiere jugar."

Así que, poco a poco, los niños comenzaron a acercarse al dragón. Le ofrecieron galletitas y jugo de frutas. Tigrano, con cuidado, probó una galletita.

"Es deliciosa. Nunca había probado algo así. ¿Puedo jugar también?"

El día pasó entre risas, cuentos y juegos. Tigrano aprendió a jugar a la escondida y a volar suave sobre los niños, haciendo suaves ráfagas de viento. A medida que se divertían juntos, los miedos y las rencillas fueron desapareciendo. Todos se dieron cuenta de que no era un dragón temible, sino un amigo divertido y con un gran corazón.

Sin embargo, al caer la tarde, Tigrano se preocupó. Tenía que regresar a su cima solitaria en la montaña.

"¿Volveré a verlos?" - preguntó triste el dragón.

Sofía, con una sonrisa, respondió:

"¡Claro que sí! Puedes venir a jugar siempre que quieras. Solo avísanos."

Tigrano prometió que regresaría y, con una fuerte batida de sus alas, se despidió, llevando consigo la alegría que había descubierto.

Desde ese día, el dragón gigante dejó de ser un monstruo temido. Ahora era el querido amigo de los niños del pueblo. Volvió con frecuencia, convirtiéndose en un visitante habitual, trayendo historias de aventuras desde lo alto de las montañas y enseñándoles sobre el cielo y las estrellas.

La amistad entre un dragón y un grupo de niños demostró que la verdadera conexión no se basa en el miedo, sino en la comprensión y la aceptación. Y así, Tigrano ya no se sentía solo, porque había encontrado un lugar en el corazón de todos.

Y cada vez que volaba por el pueblo, ya no era un dragón temido, sino un símbolo de amistad y diversidad, recordando a todos que la verdadera belleza está en abrir el corazón y aprender los unos de los otros.

FIN.

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