El Dragón Perdido y el Bosque Mágico



Había una vez un pequeño dragón llamado Rayo que vivía en las montañas junto a su madre. Rayo era un dragón curioso y aventurero, siempre soñando con explorar más allá de su hogar. Un día, mientras volaba un poco más lejos de lo habitual, se distrajo persiguiendo una mariposa brillante y, sin darse cuenta, se adentró en un bosque espeso y misterioso.

- ¡Oh no! - exclamó Rayo al darse cuenta de que se había perdido. - ¿Cómo voy a volver a casa?

El bosque era denso y oscuro, lleno de árboles antiguos y plantas que jamás había visto antes. Mientras trataba de encontrar el camino de regreso, se topó con un pequeño dragón de color verde, que también parecía estar perdido.

- ¡Hola! - saludó Rayo, intentando sonar valiente. - Soy Rayo. ¿Te llamás también Dragón?

- No, soy Brisa - contestó el dragón verde, de ojos grandes y brillantes. - Estaba buscando un lugar donde jugar, pero perdí el camino.

Rayo se sintió aliviado al encontrar un compañero y juntos comenzaron a explorar el bosque.

- ¿Te gustaría ayudarme a buscar la salida? - preguntó Rayo.

- Claro, me encantaría. ¡Vamos! - respondió Brisa con entusiasmo.

Mientras caminaban, se encontraron con un centenar de criaturas mágicas: hadas que danzaban, unicornios que trotaban alegremente y ardillas que hablaban entre sí sobre las nueces. Sin embargo, cada vez que preguntaban por el camino a casa, las criaturas les decían que no podían ayudarles porque estaban en un lugar especial, donde los dragones no eran bienvenidos.

- Esto es extraño - dijo Rayo. - Nunca pensé que ser dragón podría ser un problema.

Brisa lo miró con preocupación. - Quizás deberíamos hacer algo para demostrar que no somos peligrosos.

Decididos a probar que los dragones podían ser amigos y no solo una amenaza, Rayo y Brisa idearon un plan. Buscaron ramas y flores y juntos hicieron una hermosa decoración en un claro del bosque. Pronto, invitaron a las criaturas del bosque a una fiesta.

- ¡Vengan a nuestra fiesta! - gritó Rayo, volando alto para que todos pudieran verlo. - Habrá música, baile y muchas sorpresas.

Las criaturas, intrigadas por la creatividad y la alegría de los dos dragones, decidieron unirse a la celebración. Al ver que solo estaban allí para compartir y disfrutar, se olvidaron de sus miedos y comenzaron a bailar y reír juntos. Rayo y Brisa se divisaron en la multitud, felices de haber logrado su objetivo.

Después de un rato, una sabia tortuga se acercó a ellos. - Hicieron algo extraordinario, pequeños dragones. Hoy han demostrado que no hay que juzgar a alguien por su apariencia. Todos podemos ser amigos si lo intentamos. -

Rayo y Brisa sonrieron, comprendiendo que habían encontrado no solo diversión, sino también una lección valiosa.

Cuando la fiesta terminó, las criaturas del bosque, agradecidas, decidieron ayudarles a encontrar el camino de regreso a casa. Así, Rayo y Brisa siguieron a un grupo de luciérnagas que iluminaban el camino, guiándolos hacia la salida del bosque.

- ¡Lo logramos! - gritó Rayo emocionado. - ¡Ya puedo volver a casa!

- Y yo a mi montaña - añadió Brisa, con una sonrisa.

Antes de separarse, Rayo dijo:

- Prometeme que volveremos a jugar juntos, Brisa.

- ¡Por supuesto! Esta fue la mejor aventura de mi vida. ¡Hasta la próxima! - respondió Brisa alzando vuelo.

Y así, Rayo regresó a casa con una nueva amiga y un corazón lleno de alegría, aprendiendo que la amistad y la aceptación pueden abrir puertas que parecían cerradas.

Desde ese día, los dragones y las criaturas del bosque vivieron en armonía, compartiendo aventuras y aprendiendo a valorar las diferencias.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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