El dragón que no sabía volar



Era una vez un dragón llamado Rufi, que vivía en la montaña más alta del reino de Valeluna. A diferencia de los demás dragones, Rufi tenía un gran secreto: no sabía volar. Todos los días miraba a sus amigos, los dragones de fuego, surcando el cielo azul, lanzando chispas y dejando estelas brillantes.

"¡Mirá, Rufi! ¡Mirá cómo vuelo!" - gritaba Luma, una dragona que lanzaba llamas rojas.

"Sí, Luma, ¡sos genial!" - respondía Rufi, mientras trataba de mantenerse contento.

A pesar de que Rufi tenía enormes alas y un cuerpo robusto, siempre se sentía triste porque no podía volar. Un día decidió que no podía seguir así y enfrentaría sus miedos.

"Hoy voy a intentarlo. ¡Voy a volar!" - se dijo a sí mismo, mientras subía a la cima de la montaña.

Aunque sus amigos lo animaban, Rufi se sentía intimidado. Con un profundo respiro, corrió hacia el borde y saltó. En ese momento, su corazón latía muy rápido. ¡Pero, por supuesto, no voló! Cayó como una piedra y aterrizó en un arbusto espinoso.

"Auuuch, eso dolió..." - se quejó Rufi, mientras se sacudía las espinas de su lomo.

"No te preocupes, Rufi. Todos fallamos al principio. ¡Inténtalo una vez más!" - le dijo Luna, su amiga que siempre lo apoyaba.

Rufi estaba a punto de rendirse cuando decidió reunirse con sus amigos en el lago. Mientras todos se metían al agua para refrescarse, Rufi observó cómo sus amigos jugaban juntos. Una niña humana, Sofía, que vivía cerca del lago, notó que Rufi estaba triste.

"¿Por qué te pones así, dragón grande?" - preguntó Sofía.

"No puedo volar como mis amigos..." - respondió Rufi, con lágrimas en los ojos.

"Todos somos buenos en algo, Rufi. Tal vez, no volar no sea lo que mejor se te da, quizás haya otras cosas en las que sobresalgas" - dijo Sofía con dulzura.

El dragón se quedó pensando en las palabras de Sofía y le preguntó:

"¿Cómo puedo saber en qué soy bueno?"

"¡Vamos a descubrirlo juntos!" - propuso Sofía emocionada.

Así que Sofía y Rufi se embarcaron en una aventura. Primero, probaron a hacer un gran dibujo en la arena.

"¿Puedes usar tus garras para dibujar algo?" - dijo Sofía.

Rufi se puso a trabajar y, en un momento, había creado un hermoso mural de flores y dragones.

"¡Esto es increíble, Rufi! ¿Sabés que sos un artista?" - exclamó Sofía.

Luego, fueron al bosque y se dio cuenta de que Rufi podía mover troncos pesados.

"¡Mirá cuán fuerte sos! Podés ayudar a arreglar los caminos rotos del bosque" - sugirió Sofía.

"¡Es cierto!" - dijo Rufi, sintiéndose más feliz.

Finalmente, al caer la tarde, Rufi, emocionado, se dio cuenta de que no necesitaba volar para ser feliz. Había descubierto que tener amigos, ser creativo y ayudar a los demás era lo que realmente lo hacía especial.

"¡Gracias, Sofía! ¡Me siento mejor!" - dijo Rufi, apreciando a su nueva amiga.

"De nada, Rufi. A veces, no necesitamos lo que creemos para ser felices. Solo necesitamos valorar lo que sí tenemos" - replicó Sofía.

Pasaron los días y Rufi seguía ayudando a los demás. Un día, la suerte le sonrió, cuando los dragones de fuego lo vieron ayudar a levantar troncos.

"Nos has demostrado que volar no es todo. Eres fuerte y tienes un gran corazón, Rufi" - le dijeron sus amigos.

"¡Sí! ¡Sos valioso justo como sos!" - gritó Luma desde lo alto, mientras Rufi sonreía feliz.

Agradecido y lleno de confianza, Rufi se dio cuenta de que la verdadera felicidad no venía de volar, sino de ser uno mismo y apoyar a los demás en su camino. Desde ese día, vivió con alegría y consiguió lo más importante: la aceptación de uno mismo. Y aunque nunca voló como sus amigos, era único y especial a su manera.

Y así, el dragón que no sabía volar se convirtió en el gran héroe del reino de Valeluna, no por sus habilidades de vuelo, sino por su amistad y bondad.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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