El Dragón que Perdió su Brillo
Cierta vez, en un bosque mágico y frondoso, apareció un dragón de color rojo brillante. Sin embargo, contrariamente a lo que uno podría imaginar, no era un dragón feroz ni aterrador. En vez de eso, estaba llorando desconsoladamente.
Los animales del bosque, al ver su desconsuelo, se acercaron con curiosidad.
"¿Por qué lloras, amigo dragón?" - preguntó una ardilla con voz suave.
"He perdido mi brillo," - sollozó el dragón, cuyas escamas rojas habían perdido el color vibrante que las caracterizaba. "Sin mi brillo, ya no puedo volar alto y sentirme feliz."
Los animales se miraron entre sí, preocupados.
"Pero, ¿cómo perdiste tu brillo?" - inquirió un ciervo.
"Hice un viaje muy lejos de aquí, a un lugar donde los árboles eran de oro y el aire olía a dulzura. Allí conocí a una sirena que me dijo que debía probar la fruta mágica de un árbol muy especial para sentirme aún más feliz. Pero, al comerla, me di cuenta de que no era el brillo lo que hacía mi felicidad, era la historia que yo mismo había vivido."
Los animales comenzaron a entender que el dragón había buscado su felicidad en el lugar equivocado. Entonces, una pequeña tortuga se acercó al dragón y le dijo:
"¿Y si hacemos algo juntos aquí en el bosque? Tal vez, si compartimos un poco de alegría, recobres tu brillo."
El dragón asintió, algo dudoso, pero decidió intentarlo. Juntos, los animales organizaron una gran fiesta en el claro del bosque. Invitaron a todos los amigos, desde los pájaros cantores hasta las mariposas coloridas. El dragón, a pesar de sentirse un poco triste, se sumó a la alegría de todos.
Con cada risa, cada juego y cada historia compartida, el dragón empezó a sentirse un poco mejor. Y a medida que pasaba la tarde, algo mágico sucedió. Sus escamas comenzaron a relucir de nuevo, como si el brillo estuviera regresando a su ser.
"¡Miren! ¡Mi brillo está volviendo!" - exclamó el dragón emocionado.
"Ves, no necesitabas viajar lejos ni comer frutos extraños para ser feliz. A veces, la felicidad se encuentra en lo que tenemos cerca" - dijo el ciervo con una sonrisa.
El dragón se dio cuenta de que no importaba cuán brillantes fueran los árboles de oro o cuán dulces las frutas mágicas, lo verdaderamente importante era la amistad y las experiencias que compartía con otros.
Desde ese día, el dragón rojo se convirtió en el protector del bosque y siempre que alguien se sentía triste, él organizaba fiestas para recordarles que la felicidad se encuentra en la comunidad y en los momentos compartidos.
Así, el dragón nunca volvió a llorar, porque entendió que su brillo estaba en su corazón y en el amor que compartía con sus amigos, que era mucho más valioso que cualquier fruta mágica.
Y así, el bosque seguía siendo un lugar lleno de música, risas y, por supuesto, un dragón rojo radiante que nunca dejó de volar alto, rodeado de sus amigos.
FIN.