El Dragón Rosa y la Luna Brillante
Había una vez, en un valle lleno de flores y risas, un dragón rosa llamado Rosado. A diferencia de otros dragones que escupían fuego y volaban bajo nubes grises, Rosado solo soñaba con algo especial: ¡la luna! Cada noche, cuando el sol se ocultaba y el cielo se llenaba de estrellas, él se sentaba en su montaña favorita y contemplaba la luna con amor.
"Oh, hermosa Luna, ¿alguna vez podrías bajar a jugar conmigo?" - susurraba Rosado, despidiendo un pequeño hilo de humo rosa por sus fosas nasales.
Una noche, mientras observaba la luna brillar más que nunca, se le ocurrió una idea brillante.
"Voy a hacer un viaje hasta la luna y conseguir que sea mi amiga. ¡Seguro que le gustará!" - exclamó entusiasmado, moviendo sus alas.
Así que Rosado se preparó. Llenó un pequeño saco con chicles de frutilla (su sabor favorito) y se puso su bufanda más linda. Con un gran salto, comenzó a volar hacia el cielo estrellado.
Al principio, fue fácil. Las estrellas lo guiaban y el aire era fresco y agradable. Sin embargo, a medida que subía, se encontró con una nube oscura y espesa.
"¿Quién se atreve a pasar por aquí?" - preguntó una voz temblorosa que provenía de la nube. Era una señora nube, muy seria y un poco asustadiza.
"Soy Rosado, un dragón rosa. Voy a visitar a la luna, pero esta nube está en mi camino" - respondió con valentía.
"La luna no es solo para admirar, es un lugar mágico, y necesitas un corazón puro para llegar hasta ella" - advirtió la nube.
Rosado, decidido, permitió que sus sentimientos de amor y amistad lo llenaran.
"Tengo un corazón lleno de amor y solo quiero hacer amigos. Prometo ser bueno y compartir mis chicles de frutilla" - explicó con sinceridad.
La nube, conmovida por la sinceridad del dragón, decidió apartarse.
"Está bien, Rosado. Pasa, y que tu viaje sea seguro" - dijo la nube, desenrollando su vapor como una alfombra.
Rosado continuó su ascenso, y al fin llegó a la luna. Era más espléndida de lo que había imaginado. Su luz era suave y plateada, como un abrazo cálido.
"¡Hola, Luna! Soy Rosado, el dragón rosa" - gritó emocionado.
La luna, sorprendida, le respondió con una suave risa.
"Hola, Rosado. Nunca había conocido a un dragón rosa. ¿Qué te trae aquí?"
"He venido a hacerte mi amiga. Quiero que juguemos juntos y compartamos historias de nuestros mundos" - propuso Rosado, sacando su bolsa de chicles.
La luna, con una sonrisa radiante, aceptó el regalo.
"¡Oh, qué delicia! Pero dime, ¿cómo puedo jugar si estoy en el cielo y tú en la tierra?" - preguntó curiosa.
Rosado pensó intensamente.
"Podemos hacer un trato. Tú puedes iluminar los bosques y los campos con tu luz. Yo, a cambio, te contaré historias sobre el mundo, las flores, los animales, y todo lo que ocurre en la tierra" - sugirió entusiasta.
La luna estaba fascinada.
"Es un trato, dragón rosa. Iluminaré tus noches y tú, tus relatos" - aceptó felizmente.
Desde entonces, todas las noches, cuando Rosado volaba hacia su montaña, podía ver cómo la luna llenaba la tierra de luz. Y él a cambio, contaba sus historias a los valles y a los árboles, que la escuchaban con atención.
Un día, mientras disfrutaba de una fresca noche, Rosado pensó en toda la aventura.
"¿Sabes, Luna? Me di cuenta de que no se trata solo de llegar a ti, sino también de valorar lo que tengo en mi mundo" - reflexionó.
"Y yo aprendí que la verdadera amistad no conoce distancias, Rosado. Siempre estaré aquí para ti" - contestó la luna, brillando cada vez más.
Y así, Rosado, el dragón rosa, comprendió que el amor y la amistad pueden cruzar cualquier distancia y que compartir alegrías era más valioso que volar solo hasta la luna. Desde entonces, cada noche, él y la luna se hicieron amigos inseparables, iluminando juntos el cielo y llenando de chistes y risas a todos los que miraban hacia arriba.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.