El Dragón Solitario y la Princesa de la Torre



Había una vez, en un lejano reino, un dragón llamado Fuego. Era un dragón grande y majestuoso, pero había un problema: se sentía muy solo. Fuego pasaba sus días volando sobre las montañas, observando pero sin poder hacer amigos. Los otros dragones lo evitaban porque su aliento de fuego asustaba a todos, y así, el dragón solitario seguía su camino sin compañía.

Un día, mientras sobrevolaba un bosque frondoso, Fuego se detuvo a admirar un castillo antiguo. Desde lo alto, vio cómo en una torre se asomaba una hermosa princesa. Ella tenía el cabello dorado como el sol y una sonrisa que, a pesar de la distancia, parecía iluminar el oscuro entorno.

Intrigado, Fuego decidió acercarse. Voló con cuidado, tratando de no asustar a la princesa. Al llegar, escuchó la voz triste de la joven.

"¡Ay! No sé si alguna vez podré salir de aquí. ¡Las brujas me tienen prisionera!" - exclamó.

Al enterarse de su situación, Fuego sintió un impulso de ayudarla.

"¡No te preocupes! ¡Yo te rescataré!" - dijo Fuego con determinación.

Con un poderoso batir de alas, voló hacia la torre, donde las brujas estaban guardando a la princesa. Cuando llegó, se dio cuenta de que las brujas eran más astutas de lo que parecía.

"¡Aléjate, dragón! ¡No puedes llevarte a la princesa!" - gritaron las brujas, lanzando hechizos a su alrededor.

Pero Fuego no se rindió. Recordó que su aliento de fuego, aunque podía asustar a otros, también podía ser utilizado para proteger. Con un soplo de aire caliente, creó una cortina de fuego que mantuvo a las brujas a raya.

"¡Ahora es tu oportunidad!" - gritó.

"¡Corre hacia mí!"

La princesa salió corriendo de la torre y, rápidamente, Fuego la levantó con sus patas delanteras y voló alto en el cielo. Se sentía libre y emocionada.

"¡Gracias, Fuego! ¡Eres mi héroe!" - dijo la princesa, sonriendo.

"¡No hay de qué! Desde hoy, no estarás sola más, ¡yo seré tu amigo!" - contestó el dragón felizmente.

Ambos volaron lejos del castillo, alejándose de las malvadas brujas, y encontraron un hermoso campo lleno de margaritas. Fuego aterrizó suavemente y la princesa saltó de su espalda.

"¡Es tan hermoso aquí!" - exclamó la princesa.

"Sí, es perfecto para hacer nuevos recuerdos. Aquí podemos jugar y ser felices" - respondió Fuego, inflando su pecho con orgullo.

Pasaron los días corriendo entre las margaritas, contando historias y riendo juntos, formando un vínculo que jamás imaginaron. Pero un día, las brujas, furiosas por haber perdido a la princesa, decidieron vengarse. Con un hechizo, las brujas hicieron que el cielo se nublara y una tormenta se desatara. Fuego y la princesa buscaron refugio, pero las brujas aparecieron frente a ellos.

"¡No puedes quedarte con ella!" - gritaron,

"¡Deberás enfrentarte a nosotras!"

Fuego sintió miedo, pero al mirar a la princesa, se dio cuenta de que no estaba solo. Juntos, encontraron la valentía para enfrentarse a las brujas.

"¡No le harán daño!" - gritó la princesa.

"¡Nuestra amistad es más fuerte que su magia!" - añadió Fuego, lanzando un soplo de fuego hacia el cielo.

Las brujas, confundidas por la unión de la princesa y el dragón, se asustaron y comenzaron a retroceder. Sin embargo, Fuego no se detuvo. Sobrevoló a su amigo y lanzó una llamarada que iluminó el cielo y dispersó la tormenta. Las brujas sintieron miedo y, finalmente, se marcharon, jurando no volver a molestar a la princesa.

"Lo logramos, Fuego!" - exclamó la princesa, con los ojos brillantes.

"Sí, lo hicimos juntos, y eso fue lo más importante" - sonrió el dragón.

Desde ese día, la princesa nunca volvió a sentirse sola, y Fuego descubrió que su gran corazón podía vencer el miedo y la soledad. Juntos, se convirtieron en un gran equipo, ayudando a otros en el reino y creando grandes aventuras. Cada vez que volaban entre las margaritas, recordaban que la amistad, la valentía y el trabajo en equipo siempre podrían superar cualquier obstáculo.

Y así, el dragón y la princesa vivieron felices, sabiendo que la verdadera magia estaba en el amor y la amistad que compartían.

FIN.

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