El Dragón y la Montaña Mágica



Había una vez, en un rincón escondido de la Tierra Media, un dragón llamado Esmeraldo que vivía en la cima de una montaña brillante. Esmeraldo no era un dragón común; en lugar de escupir fuego, escupía polvo de estrellas que iluminaba el camino de los viajeros perdidos. Sin embargo, todos en el pueblo cercano temían a Esmeraldo, ya que nunca se acercaban a su castillo de cristal.

Un día, una pequeña niña llamada Lía decidió que ya era hora de conocer a Esmeraldo. Ella había escuchado muchas historias sobre el dragón y estaba segura de que no era tan temible como decían. Con una mochila llena de galletas de avena, Lía emprendió su viaje hacia la montaña.

Al llegar al castillo, Lía se encontró con una gran puerta de cristal que brillaba bajo la luz del sol.

"¡Hola!" – gritó Lía con valentía. "Soy Lía y he venido a conocerte!"

De repente, la puerta se abrió y apareció Esmeraldo, con ojos que chisporroteaban como estrellas.

"Hola, pequeña Lía. ¿Por qué has venido hasta aquí?" – preguntó el dragón, curioso.

"He venido a conocerte, porque creo que no eres como dicen. La gente del pueblo te tiene miedo sin conocerte" – respondió Lía mientras le ofrecía una galleta.

Esmeraldo se rió, un sonido profundo y suave.

"Es cierto, la gente me ve como un monstruo, pero yo solo quiero ser amigo. Nadie quiere escuchar mis historias..."

Con una sonrisa, Lía le dijo:

"¡Entonces cuéntame! Estoy segura de que tienes muchas aventuras que compartir."

Así, Esmeraldo comenzó a contarle sobre sus vuelos a través de galaxias lejanas y sus encuentros con criaturas mágicas. Lía escuchaba con atención, fascinada por cada relato.

Mientras hablaban, el cielo comenzó a oscurecerse, y una tormenta se acercaba rápidamente. Esmeraldo, al notar que Lía se estaba asustando, le dijo:

"No te preocupes, yo protegeré este lugar. Subamos a la cima de la montaña."

Lía asintió y, juntos, subieron hasta la cima. Esmeraldo extendió sus alas y, de repente, un torrente de polvo de estrellas iluminó el cielo. El dragón usó su magia para desviar la tormenta, convirtiéndola en una lluvia de luces brillantes que caían como estrellas fugaces sobre el pueblo.

"Mirá, Lía. No todo es tan oscuro como parece. A veces, solo necesitamos ver el mundo con otros ojos." – dijo Esmeraldo mientras miraban juntos el espectáculo.

"¡Es hermoso!" – exclamó Lía, emocionada.

Tras la tormenta, los habitantes del pueblo vieron las luces y se acercaron curiosos al castillo. Lía, valiente como siempre, se adelantó y les explicó lo que pasó.

"Esmeraldo no es un dragón malo, es un amigo que nos ha ayudado a ver la belleza de la tormenta."

Los aldeanos, sorprendidos, decidieron darle una oportunidad al dragón. Poco a poco, empezaron a acercarse y a conocerlo. Esmeraldo, con su gran corazón, les mostró cómo hacer galletas de estrellas y compartió historias sobre sus aventuras.

Con el tiempo, el miedo desapareció y la amistad floreció. El pueblo y Esmeraldo vivieron en armonía, aprendiendo juntos que a veces lo que más tememos puede resultar ser lo más maravilloso. Lía se convirtió en la mensajera de la paz, enseñando a todos a ver más allá de los miedos y prejuicios.

Y así, el dragón, la montaña y el pueblo se unieron como una gran familia, haciendo que cada día brillara un poco más gracias a la magia de la amistad.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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