El Dragón y Su Familia Maravillosa
Había una vez en un reino lejano, un dragón llamado Drago. Era un dragón grande y escamoso, con brillantes alas verdes y ojos dorados que brillaban como el sol. Drago vivía en una hermosa cueva en lo alto de una montaña, junto a su madre, la dragona Anciana, y sus tres pequeños dragones: Chispita, Bramido y Viento.
Un buen día de verano, Drago decidió llevar a sus pequeños a un paseo por el bosque cercano. Su madre, la dragona Anciana, les advirtió:
"Recuerden, pequeños, siempre permanezcan juntos y nunca se alejen demasiado. El bosque es un lugar lleno de sorpresas, algunas maravillosas y otras no tanto."
Chispita, la más curiosa de los tres, exclamó:
"¡Vamos, papá! ¡Quiero ver las flores brillantes!"
"¡Yo quiero volar alto!" dijo Bramido emocionado.
"Y yo quiero encontrar un arcoíris," dijo Viento con su voz suave.
Drago sonrió y los llevó a un hermoso claro en el bosque donde las flores de colores brillantes crecían por doquier. Mientras disfrutaban de su día, Chispita vio algo raro: un pequeño brillo que salía de detrás de un árbol.
"¡Miren! ¿Qué es eso?" dijo emocionada.
Los pequeños dragones se acercaron, con la curiosidad brillando en sus ojos. Cuando llegaron al lugar, se encontraron con un pequeño tesoro: un puñado de piedras preciosas de colores que relucían con la luz del sol.
"¡Son hermosas!" gritó Chispita.
"¡Podríamos ser ricos!" dijo Bramido.
"O podríamos compartirlas con otros," sugirió Viento.
Drago sonrió y dijo:
"La riqueza más grande no siempre es la que se puede guardar en un cofre, hijos. La verdadera riqueza llega del corazón y de compartir. ¿Qué les parece si llevamos algunas piedras a los animales del bosque?"
Los pequeños dragones se miraron entre sí y asintieron. Así, juntos, llenaron sus pequeños alas con las piedras y comenzaron a repartirlas entre los animales: un zorro que les agradeció, una familia de ciervos que brillaba de felicidad y hasta una tortuga anciana que les enseñó una antigua canción del bosque.
Sin embargo, mientras disfrutaban de su acto de bondad, un viento fuerte comenzó a soplar, llevando los destellos de las piedras preciosas.
"¡No, las piedras!" gritó Chispita.
"¡Debemos atraparlas!" exclamó Bramido, intentando volar tras ellas.
Fue entonces cuando, de una enorme sombra, apareció un dragón de escamas grises y ojos sombríos.
"¡Esas son mis piedras!" rugió el dragón oscuro, intimidando a los pequeños dragones.
Drago alzó la cabeza y se interpuso entre sus hijos y el extraño dragón.
"Disculpa, amigo, pero estas piedras no te pertenecen. Por el contrario, nosotros las hemos encontrado y estamos compartiendo su belleza".
El dragón oscuro se rió,
"¿Compartiendo? ¿Qué es eso?"
"Es lo que hacemos cuando encontramos algo lindo, lo compartimos con quienes lo necesitan," explicó Drago, tratando de mantener la calma.
"¡Eso es un desperdicio!".
Los pequeños dragones se unieron a su padre y dijeron juntos:
"Pero compartir trae alegría y amistad. ¿No sería mejor tener amigos que riquezas solas?"
El dragón gris se detuvo. Nunca había pensado en eso. Miró a Drago y a sus hijos y sintió una chispa de curiosidad:
"¿Amistad? ¿Qué es eso?" preguntó lentamente.
Drago sonrió amistosamente y dijo:
"Amistad es estar allí para los otros, es compartir risas, historias y, si se puede, ¡también tesoros! ¿Tú quieres unirte a nosotros? Podríamos mostrarte lo divertido que puede ser ser amistoso".
El dragón oscuro dudó un momento, pero luego bajó la cabeza, su expresión se volvió más suave.
"Está bien, tal vez quiero aprender sobre amigos..."
Con eso, Drago llevó a sus tres pequeños y al dragón gris de vuelta a la cueva. Allí comenzaron a compartir historias y, eventualmente, el dragón gris aprendió sobre la amistad y la alegría de compartir.
Así, Drago, Chispita, Bramido y Viento no solo ayudaron a un nuevo amigo, sino que también enseñaron una valiosa lección sobre el verdadero valor de compartir y ser generosos.
Y así, en lo alto de la montaña, el dragón oscuro se convirtió en un miembro más de su familia. Todos vivieron felices, aprendiendo que lo más importante no era el brillo de las piedras, sino la luz que se producía al compartir.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.