El duende Cesitar y su mundo de maravillas



En un pequeño y mágico pueblo llamado Zapallar, oculto entre colinas y flores de mil colores, vivía un duende muy peculiar llamado Cesitar. A diferencia de otros duendes, que se dedicaban a jugar y hacer travesuras, Cesitar tenía un corazón gigante y se dedicaba a ayudar a los habitantes de Zapallar. Sin embargo, había algo que lo hacía diferente: cobraba por su trabajo.

Una mañana soleada, mientras Cesitar ajustaba su cinturón lleno de herramientas, se encontró con una niña llamada Clara, que lloraba sentada en la vereda.

"¿Por qué lloras, Clara?" - preguntó Cesitar con su voz suave y melodiosa.

"He perdido mi muñeca, y no puedo encontrarla por ninguna parte. Era un regalo de mi abuela y la quiero mucho", - respondió Clara, secándose las lágrimas.

"No te preocupes, querida amiga. ¡Yo puedo ayudarte!" - dijo Cesitar mientras se rascaba la cabeza y pensaba cómo podría encontrar la muñeca. "Pero recuerda que tengo un costo: necesito tres flores de colores brillantes de tu jardín como pago."

Clara, un poco sorprendida pero aliviada por la propuesta, asintió con la cabeza. "Está bien, te prometo las flores. ¡Vamos a buscar mi muñeca!"

El duende Cesitar llevó a Clara a cada rincón de Zapallar. Juntos buscaron bajo los árboles, dentro de los arbustos y hasta en la plaza del pueblo, donde los niños jugaban. Después de un largo rato, Cesitar comenzó a notar que la búsqueda no estaba dando frutos.

"Tal vez si preguntamos a los pájaros, ellos siempre saben lo que ocurre en el aire", - sugirió Cesitar.

"¡Buena idea!" - exclamó Clara. "¿Tú crees que nos ayudarían?"

"Claro, los pájaros son buenos amigos. Déjame hablarles."

Cesitar silbó una melodía encantadora que atrajo a varias aves. En un instante, un canario, una paloma y un loro se acercaron.

"Queridos amigos voladores, ¿han visto a una muñeca de trapo perdida?" - preguntó Cesitar con mucha amabilidad.

"Sí, la vimos cerca del arroyo, flotando entre los juncos", - dijo el loro con su voz melodiosa.

"¡Ay, gracias!" - gritó Clara, llena de alegría. "Vamos al arroyo, Cesitar."

Juntos, Cesitar y Clara corrieron al arroyo, donde efectivamente encontraron la muñeca atrapada en las cañas. Clara, emocionada, la abrazó fuertemente.

"¡Lo lograste, Cesitar! Eres el mejor!" - exclamó.

"Gracias, pero recuerda, aún necesito mi pago." - dijo el duende con una sonrisa traviesa.

Clara, feliz, corrió a su casa y volvió con un hermoso ramo de flores. "Aquí están tus tres flores, como prometí."

"Son hermosas, Clara. Usaré el poder de estas flores para seguir ayudando a más personas. Gracias por cumplir tu parte!" - dijo Cesitar mientras tomaba las flores y las guardaba en su sombrero.

Días después, el duende decidió organizar una pequeña feria en Zapallar, donde ayudaría a los vecinos a resolver diferentes problemas, como arreglar juguetes rotos, pintar casas y cuidar de los jardines.

Los pobladores estaban entusiasmados y se acercaron con pequeñas ofrendas para Cesitar, que las aceptaba de buen grado. Pero pronto, Clara notó que había algunos que no podían pagar.

"¿Pero, Cesitar?" - preguntó Clara, confundida. "¿No podrías ayudar a todos, aunque no tengan flores?"

"Veo tu punto, Clara. Quizás, a veces, ayudar no debe tener un precio. Podría aceptar algo más valioso, como una sonrisa o un abrazo."

Clara, radiante de alegría, sugirió hacer un día de ayuda comunitaria. Todos los habitantes podían contribuir de alguna manera, sin importar lo que tuvieran. Esa idea encantó a Cesitar, y juntos se pusieron a trabajar.

Así, los días con Cesitar se llenaron de sonrisas, abrazos y muchas flores. Zapallar se volvió un lugar más unido, donde cada uno sabía que podía contar con la ayuda del duende, sin importar el pago que pudieran ofrecer.

Desde entonces, Cesitar entendió que la verdadera magia estaba en ayudar y querer a los demás, y que a veces, lo que se recibe a cambio no se mide en cosas materiales, sino en el cariño y la bondad compartida. Y así fue como el duende Cesitar no solo ayudó a la gente de Zapallar, sino que también les enseñó el verdadero valor de la generosidad y la amistad.

FIN.

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