El duende curioso



Había una vez en un bosque mágico un duende llamado Darío. A pesar de que todos sus amigos duendes disfrutaban de hacer travesuras y asustar a los humanos, Darío era diferente. Se pasaba los días preguntándose por qué los humanos creían que todos los duendes eran malos.

Una mañana, mientras jugaba con hojas y flores, tomó una decisión sorprendente: ¡decidiría conocer a los humanos para demostrarles que no todos los duendes eran traviesos! Con un pequeño susurro de magia, se pintó de verde y se puso un sombrero de flores. Se aventuró a la ciudad cerca del bosque.

En su camino, Darío se encontró con una niña llamada Lila que estaba sentada en el parque, dibujando en su cuaderno.

"¡Hola!" - dijo Darío, acercándose con cautela.

"¡¿Un duende? !" - exclamó Lila, sorprendida pero emocionada.

"No te asustes, soy Darío. He venido a presentarme y demostrarte que no soy como dicen los humanos."

Lila sonrió.

"¡Me encantaría conocer a un duende! ¿Por qué no te quedás a jugar conmigo?"

Juntos comenzaron a jugar en el parque, corriendo y riendo. Pero, de repente, apareció el abuelo de Lila, don Manuel, un hombre de corazón grande pero un poco gruñón.

"¡Lila! ¿Con quién estás hablando?" - grita desde la distancia.

"¡Con un duende! Él no es malo, abuelo!" - respondió Lila.

"¿Un duende? No confíes en ellos, Lila. Son traviesos y sólo buscan hacerte daño. ¡Vámonos de aquí!"

Darío se sintió triste. Intentó probar que no era malo.

"¡Espera, don Manuel!" - gritó. "Solo quiero jugar y ser amigo. No quiero hacerle daño a nadie."

"¿Y por qué debería creerte?" - replicó don Manuel, con desconfianza.

Lila, viendo la tristeza en los ojos de Darío, se le ocurrió una idea.

"¡Abuelo, ¿qué tal si hacemos una prueba?" - sugirió Lila. "Si Darío puede ayudar a arreglar tu jardín, ¿podrías darle una oportunidad?"

Don Manuel frunció el ceño pero finalmente aceptó.

"Está bien, pero si se pone travieso, lo echaré lejos."

Al día siguiente, Darío volvió al jardín de don Manuel. Con su magia, hizo que las flores florecieran rápidamente, y las malas hierbas desaparecieron en un susurro.

"¡Mirá abuelo! Las flores están brotando más que nunca!" - exclamó Lila, con asombro.

"Es verdad... Pero eso no significa que todos los duendes sean buenos." - replicó don Manuel, aún escéptico.

Fue entonces cuando apareció la señora Pita, una vecina conocida por ser la más enojona de todo el barrio.

"¿Qué está pasando aquí? Este jardín se está volviendo un circo." - dijo, cruzándose de brazos.

Darío, aunque un poco asustado por la señora, decidió acercarse.

"¡Hola, señora Pita! Estoy ayudando a don Manuel con su jardín. Solo quiero ser su amigo. ¿No le gustaría tener flores hermosas?"

"Un duende ayudando? No me hagas reír! Espero que no estés haciendo travesuras. ¡Los duendes son problemáticos!"

Lila, entusiasmada por defender a su nuevo amigo, dijo:

"No es una travesura, señora Pita, es un acto de amistad. A veces hay que dar una oportunidad a los que parecen diferentes. A lo mejor, si conociera a Darío, cambiaría de opinión.”

Darío tomó una profunda respiración y, usando su magia, hizo que una hermosa mariposa brillara frente a la señora Pita.

"Mire, señora, esta mariposa es un regalo de la naturaleza, igual que yo. Solo quiero ayudar y hacer del mundo un lugar más hermoso. ¿Podría confiar un poco en mí?"

La señora Pita se quedó sin palabras mientras observaba la mariposa danzando ante sus ojos. Decidió dar un paso hacia Darío.

"Tal vez... quizás no eres tan malo después de todo. Pero no quiero más problemas, ¿entendido?"

Al ver a don Manuel y a Lila sonriendo, y viendo que todo iba mejor, la señora Pita decidió unirse a ellos.

"Podríamos hacer un taller en el jardín, donde todos participemos. ¿Qué les parece?"

Desde aquel día, Darío, Lila, don Manuel y la señora Pita se convirtieron en grandes amigos. Cada semana tenían un día para cuidar el jardín, plantar nuevas flores y compartir risas.

Darío había demostrado que los duendes no eran como todos pensaban, y la amistad llegó donde antes había sólo desconfianza.

Y así, Darío continuó viviendo en la magia del bosque, cerca del jardín, donde la risa y la amistad florecían, y donde cada humano, sin importar su edad, aprendió que siempre hay que mirar más allá de las apariencias.

FIN.

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