El duende de la finca
Era una tarde soleada en la finca de los Pérez. La familia estaba feliz, disfrutando del aire libre. Sin embargo, todo cambió cuando empezaron a perder cosas. Primero fue la pelota del Eldo, luego la chaqueta de Sofía y, al otro día, la cesta de la compra de mamá.
"- ¡No puedo creerlo! Deje la cesta aquí y ahora no la encuentro!", exclamó mamá, mirando a su alrededor con preocupación.
"- ¿Dónde se habrá metido?", se preguntó Sofía, mientras buscaba bajo el árbol.
"- A mí también me pasa, el otro día no encontraba mi gorra por ninguna parte", dijo Eldo, frunciendo el ceño.
La familia decidió que necesitaban hacer algo. Papá, siempre el más aventurero, sugirió: "- Quizás hay algún tipo de duende travieso en la finca". Sofía rió. "- ¡Eso es solo un cuento!". Pero ella misma empezó a dudar, ya que en las noches sentía un extraño susurro que la llamaba por su nombre.
Una noche, mientras los Pérez cenaban, un ruido fuerte hizo temblar el techo. "- ¿Qué fue eso?", preguntó Eldo, asustado. A través de la ventana, vieron un destello y al instante, una piedrita cayó cerca de la mesa. "- ¡Ese es el duende!", gritó Sofía con sorpresa.
Decididos a enfrentarlo, la familia se preparó. Papá trajo una linterna y se dirigieron al antiguo granero, donde se escuchaban risitas y susurros. Al abrir la puerta, encontraron al duende, ¡era pequeño y tenía una gran sonrisa traviesa!"- ¡Hola, amigos! ¡Soy Dimi, el duende de la finca!", dijo con tono juguetón.
"- ¿Por qué pierdes nuestras cosas?", preguntó Sofía, con una mezcla de miedo y curiosidad.
"- Solo me divierto un poco. ¡La vida es tan aburrida sin un poco de travesuras!", respondió Dimi, con una risa contagiosa.
La familia, aunque un poco enojada, se dio cuenta de que Dimi no era tan malo después de todo. Ella se sentó en el suelo y lo miró con amabilidad. "- Dimi, no está bien hacer que la gente pierda sus cosas. A veces, necesitamos esos objetos, y sin ellos, nos sentimos perdidos. ¿Podrías dejar de hacerlo?".
Dimi pensó un momento y dijo: "- De acuerdo, pero a cambio, ¿cómo puedo divertirme sin que nadie se moleste?".
La familia empezó a pensar. "- ¿Qué tal si jugamos juntos? Podemos hacer carreras de sacos, esconder cosas y que vos las encuentres, o inventar cuentos donde tú seas el héroe", sugirió Eldo.
Dimi sonrió de oreja a oreja. "- ¡Eso suena genial! ¡Buen trato!". Desde entonces, los Pérez y Dimi se convirtieron en grandes amigos.
Los días siguientes, en lugar de perder cosas, el duende ayudaba a la familia a encontrar nuevas aventuras. Se reían, jugaban y contaban historias mágicas bajo las estrellas.
Un día, mientras acomodaban el granero, Dimi encontró la chaqueta de Sofía y la pelota de Eldo. "- ¡Aquí están!", dijo, entregándoselas con alegría.
"- Gracias, Dimi!", respondieron los niños, muy contentos.
La lección que aprendieron fue que, a veces, la forma en que vemos las cosas puede cambiar lo que realmente son. Dimi no era un duende malo, sino un amigo que solo quería compañía. A partir de entonces, los Pérez nunca volvieron a perder las cosas, porque las compartían con Dimi, quien siempre les traía sorpresas y enseñanzas valiosas.
Así fue como la finca de los Pérez se convirtió en un lugar lleno de risas, juegos y amistad, gracias a un pequeño duende travieso que aprendió a compartir y jugar. Y así, la historia del duende de la finca se convirtió en un cuento que todos recordarán, una historia de cómo la comprensión y la amistad pueden transformar hasta los corazones más traviesos.
FIN.