El duende de las trenzas mágicas




Había una vez en una hermosa casa de campo, en el tranquilo pueblo de San Antonio de Areco vivían el abuelo Pablo y la abuela Juana.

Ellos tenían una pequeña granja donde criaban vacas, gallinas y cultivaban deliciosas frutas y verduras. Un día, mientras el abuelo Pablo arreglaba la cerca del corral, la abuela Juana tejía trenzas para decorar las ventanas de la casa. De repente, un pequeño duende de nombre Rulito apareció en el jardín.

Tenía una larga barba blanca y unas trenzas tan enredadas que parecían serpientes. "¡Buenos días, queridos abuelos! Soy Rulito, el duende de las trenzas mágicas", dijo el duende con una sonrisa traviesa.

El abuelo Pablo y la abuela Juana se quedaron sorprendidos ante la inesperada visita. "¡Encantados de conocerte, Rulito! ¿En qué podemos ayudarte?", preguntó la abuela Juana. "He oído que son muy buenos y generosos, por eso vine a ofrecerles un don especial.

Mis trenzas tienen el poder de cumplir deseos y traer felicidad a quienes las cuiden", explicó Rulito. Emocionados por la maravillosa oferta, el abuelo Pablo y la abuela Juana aceptaron las trenzas mágicas del duende.

A partir de ese momento, cada trenza que colocaban en la casa llenaba el lugar de alegría y armonía. Las vacas producían más leche, las plantas crecían con fuerza y hasta las gallinas ponían huevos más sabrosos. Sin embargo, un día, dos traviesos niños del pueblo intentaron robar las trenzas mágicas.

Rulito, con su astucia, logró espantar a los intrusos y proteger el don que había entregado al abuelo Pablo y la abuela Juana. Agradecidos, la pareja decidió devolverle el favor al duende ayudándolo a desenredar sus trenzas.

Después de varios intentos, lograron deshacer los nudos y peinar las trenzas, liberando a Rulito de su encierro. El duende, feliz y agradecido, les otorgó un último deseo como muestra de su gratitud.

El abuelo Pablo y la abuela Juana pidieron que la casa estuviera protegida por siempre. Rulito asintió con una sonrisa y, con un toque de magia, convirtió las trenzas en enredaderas que rodearon la casa, formando una barrera mágica que la protegería de cualquier peligro.

Desde ese día, la casa en el campo se convirtió en un lugar donde la felicidad y la gratitud reinaban para siempre.

FIN.

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