El Duende de los Regalos Perdidos
En un pequeño pueblo donde la nieve cubría cada rincón, los niños esperaban con ansias la llegada de la Navidad. Sin embargo, este año algo extraño estaba sucediendo: los regalos que el Duende de Navidad solía entregar estaban desapareciendo uno por uno.
Los niños del pueblo, liderados por una valiente niña llamada Sofía, decidieron investigar el misterio.
"¿Dónde estarán los regalos, Sofía?" - preguntó su amigo Tomás, mientras jugaban en la plaza cubierta de nieve.
"No lo sé, pero no podemos dejar que esto arruine la Navidad. ¡Debemos encontrar al Duende!" - respondió Sofía, con determinación.
Así que reunieron a todos los amigos del barrio y se propusieron buscar al misterioso Duende. Al día siguiente, se adentraron en el espeso bosque que rodeaba el pueblo.
"Tal vez el Duende se haya perdido entre los árboles y necesite nuestra ayuda" - sugirió una niña llamada Lucía.
"Es posible. ¡Así que vamos a buscarlo!" - exclamó Tomás, lleno de energía.
Después de horas de búsqueda y bajo la luz de la luna, encontraron una pequeña cabaña decorada con luces brillantes. Con el corazón latiendo fuerte, se acercaron y llamaron a la puerta.
"¿Hay alguien en casa?" - preguntó Sofía, su voz apenas un susurro.
De repente, la puerta se abrió y apareció un pequeño Duende, sus ojos chispeantes y su gorro puntiagudo relucían a la luz.
"¡Hola, pequeños aventureros!" - dijo el Duende con una sonrisa amable. "Soy el Duende Gregorio. ¿Qué los trae hasta aquí?"
Los niños compartieron su preocupación por los regalos que estaban desapareciendo. El Duende escuchó atentamente y luego se rascó la cabeza, un poco avergonzado.
"Oh, eso es un malentendido. Este año decidí hacer algo especial. En lugar de solo repartir regalos, quiero darles a los niños la oportunidad de hacer sus propios regalos, usando su creatividad y el trabajo en equipo" - explicó Gregorio.
Los niños se miraron entre sí, emocionados.
"¿Podemos hacerlo?" - preguntó Lucía, con los ojos brillantes de ilusión.
"¡Por supuesto!" - respondió el Duende. "Vamos a trabajar juntos en esto. Cada uno de ustedes tiene talentos únicos que pueden aportar."
Así, en lugar de llevarse a casa regalos ya hechos, los niños pasaron días mágicos en la cabaña del Duende, creando juguetes, pinturas y manualidades con sus propias manos. Cada niño elegía lo que quería hacer, y mientras trabajaban juntos, contaban historias, reían, y aprendían sobre la importancia de compartir y ayudar a los demás.
Finalmente, llegó la Nochebuena. Reunidos en la plaza del pueblo, cada niño entregó su regalo hecho a mano a alguien especial.
"Esto es increíble, Sofía!" - dijo Tomás, mientras veía el rostro de felicidad de su hermana al recibir un regalo único.
"Sí, ver sus sonrisas es el mejor regalo" - respondió Sofía, sintiendo calor en su corazón.
La luz de la luna brillaba sobre el pueblo, y el aire estaba lleno de risas y alegría. El Duende Gregorio, desde su escondite, sonrió al ver cómo los niños habían aprendido que lo más valioso no eran los regalos, sino el amor y la amistad compartida en el proceso.
Cuando la celebración terminó, el Duende, satisfecho, dijo:
"Siempre recordaré este año, chicos. Gracias por ayudarme a reencontrar el verdadero espíritu de la Navidad."
Un destello de luz iluminó la noche, y Gregorio desapareció entre los árboles, dejando en el aire un suave aroma a galletas de jengibre.
Desde entonces, en el pueblo, todos los años, los niños han celebrado la llegada de la Navidad creando regalos unos para otros, recordando siempre la importancia de compartir y del amor que se encuentra en la amistad.
Y así, Sofía, Tomás, Lucía y todos sus amigos aprendieron que la verdadera magia de la Navidad no está en los regalos, sino en la alegría de dar y compartir momentos juntos.
FIN.