El Duende del Otoño



Era un hermoso día de otoño en el pueblo de Colorín. Las hojas de los árboles estaban pintadas de tonos dorados, naranjas y rojos. Los niños del pueblo adoraban esta época, ya que podían jugar en los parques, recolectar hojas y hacer coronas. Pero había un pequeño problema: algo extraño estaba sucediendo. Las hojas no caían como solían hacerlo. El viento soplaba, pero las ramas estaban casi desnudas.

Una tarde, mientras los niños jugaban, encontraron a un duende sentado sobre una gran roca, con un gorro de hojas que se caían.

"¿Por qué no caen las hojas, duende?" - preguntó Lía, la más curiosa del grupo.

"¡Oh, pequeños! Soy el Duende del Otoño y tengo una misión especial. Sin embargo, he perdido la inspiración y no puedo hacer que las hojas cambien de color y se caigan" - respondió el duende con voz melancólica.

Los niños se miraron, sorprendidos. Lía decidió que tenían que ayudarlo.

"¿Cómo podemos ayudarte?" - preguntó Pablo, el más aventurero de ellos.

"Necesito encontrar cuatro elementos mágicos que me devuelvan la creatividad: el brillo de una estrella, el susurro del viento, el aroma de una flor y la risa de un niño" - explicó el duende.

Los niños entendieron que tenían que partir en una aventura para ayudar al duende. Juntos, hicieron un grupo y empezaron su búsqueda. Primero, se dirigieron hacia la montaña más alta, donde decían que vivía una estrella muy brillante. Tras un largo camino, encontraron una cueva donde la estrella resplandecía. Pero había un león que custodiaba la entrada.

"¡No pasarán! Solo pueden entrar si me hacen reír" - rugió el león con voz profunda.

Los niños no sabían qué hacer, así que comenzaron a contar chistes y a hacer muecas. Finalmente, el león soltó una gran carcajada.

"Muy bien, son graciosos. Pueden pasar" - dijo el león, apartándose.

Una vez adentro, Lía tocó la estrella y un destello brillante llenó el aire. Tenían el primer elemento: el brillo de una estrella.

El siguiente en su lista era el susurro del viento. Salieron de la cueva y se dirigieron al bosque. Allí, el viento soplaba suavemente.

"¿Cómo podemos recolectar el susurro del viento?" - se preguntó Pablo.

"¡Ya sé!" - exclamó Sofía, la más ingeniosa. "Vamos a hacer un silbato con ramitas y fabricarlo con nuestra creatividad".

Los niños reunieron ramitas y se pusieron manos a la obra, creando silbatos que emitían bellos sonidos. Una melodía maravillosa comenzó a fluir, y cuando el viento pasó por el silbato, susurró dulcemente, llenando a los niños de alegría. ¡Ya tenían el segundo elemento!

Luego, se dirigieron a buscar el aroma de una flor. En el jardín de la abuela de Lía había muchas flores hermosas. Sin embargo, las flores del jardín estaban mustias y tristes.

"¿Qué les pasa, queridas flores?" - preguntó Lía.

"No tenemos agua ni cariño. Nadie nos cuida" - respondieron las flores con tristeza.

Los niños decidieron ayudar. Reunieron agua de río y le hablaron a las flores con palabras tiernas. Después de un rato, las flores comenzaron a revivir y a florecer con hermosos colores. Su aroma llenó el aire, y los niños pudieron recogerlo en frascos mágicos.

"Ahora solo falta la risa de un niño" - dijo el duende cuando los encontraron de regreso.

Todo parecía estar completo, pero de repente se dieron cuenta de que no podían hacerlo sola.

"Espera un momento" - dijo Lía. "¡Nosotros somos niños! ¡Podemos reír!"

Y así, se pusieron a reír a carcajadas, haciendo una competencia de quien contaba el mejor chiste. Las risas resonaron en el aire y se unieron como una melodía mágica que fue a parar hasta donde estaba el duende.

Cuando el duende escuchó la risa, iluminó su rostro con una enorme sonrisa.

"¡Lo logré!" - exclamó emocionado.

Con los cuatro elementos en su mano, el duende agitando su varita mágica hizo que todas las hojas empezaran a caer, llenando el aire de colores y risas.

Gracias a la valentía y creatividad de los niños, el Otoño volvió a lucir como debía. El duende sonrió, contento.

"No solo han encontrado lo que necesitaba, sino que han descubierto el poder de la amistad y la creatividad. A veces, las cosas más mágicas suceden cuando juntamos nuestras fuerzas y sonrisas." - concluyó el duende, mientras desaparecía con una última risa.

Desde ese día, el Otoño en Colorín siempre fue un momento de alegría, gracias al duende y la valentía de sus amigos, quienes aprendieron que ayudarse entre ellos y trabajar en equipo trae magia al mundo.

Y así, cada año, los niños esperaban con ansias la llegada del Otoño, no solo por la belleza de las hojas, sino por la historia del duende y el poder de su amistad.

FIN.

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