El Duende Mágico de los Números



En un pequeño pueblo llamado Numerolis, donde los números siempre estaban alegres y bailaban en las calles, había un duende mágico que se llamaba Dondel. Dondel era un duende peculiar; tenía una gran pasión por las matemáticas y le encantaba ayudar a los niños a resolver problemas numéricos.

Un día soleado, mientras Dondel estaba contando estrellas en el cielo, escuchó a unos niños que jugaban en la plaza.

"¡Ayuda, Dondel!" gritó una niña llamada Clara, frustrada porque no podía sumar 4 y 7.

"¿Qué? ¿No puedes sumar?" preguntó Dondel, volando hacia ella.

"¡No! No entiendo cómo se hace", se quejó Clara.

"No te preocupes, yo puedo ayudarte. Vamos a hacerlo juntos."

Dondel sacó su varita mágica y empezó a dibujar números en el aire, creando un arcoíris de números que deslumbró a todos los niños.

"Primero, a 4 le sumamos 1. Eso nos da 5. Ahora sumale 1 más, así llegamos a 6. Un número más, ¡y ya estamos en 7!" explicó Dondel mientras danzaba alegremente entre los números.

Los niños aplaudieron, y Clara sonrió con alegría.

"¡Es fácil! Quiero intentarlo de nuevo. ¡Dame un número!"

El duende pensó un momento y decidió desafiarla.

"Muy bien, ¿qué pasa si sumamos 8 y 5? ¿Te animas?"

Clara frunció el ceño, preocupada.

"No sé si puedo. Es un número más grande."

"Claro que podés, solo tenés que dividirlo en partes más sencillas. Probar es la clave.", dijo Dondel guiándola con su varita.

Entonces, Clara tomó aire y empezó a sumar:

"8 más 5 es... 8 más 2 son 10, y después le sumo 3, que son 11, 12 y 13. ¡Son 13!"

"¡Correcto! Eres una genia, Clara", exclamó Dondel mientras hacía piruetas en el aire.

Los demás niños comenzaron a formar una fila, ansiosos por recibir su propio desafío. Cada uno de ellos tenía un pequeño problema matemático que resolver, y el duende estaba tan feliz de ayudarles y verlos aprender.

Sin embargo, mientras todos los niños se divertían con los números, un niño llamado Tomás se quedó al margen, triste y callado.

"¿Por qué no estás jugando, Tomás?" le preguntó Dondel.

"Porque yo no sé sumar, me da miedo hacer el ridículo."

Dondel sonrió y dijo:

"¿Sabés qué? Todos empezamos desde cero.¿Querés que te ayude?"

Tomás asintió con la cabeza, tímido.

Dondel se acercó y le dijo:

"Vamos a sumar 3 y 6. Juntos podemos. ¿Qué te parece?"

Tomás respiró hondo y respondió:

"No sé... Pero, me gustaría intentarlo."

"Perfecto. Entonces, partimos 3 en 2 y 1. Luego, sumamos los 2 y los 6 de la siguiente forma. 2 son 8, y le sumás 1. Así que, son 9!" explicó Dondel, mientras hacía un dibujo brillante con los dedos.

Los ojos de Tomás se iluminaron, y dijo con emoción:

"¡Lo logré!"

Así, poco a poco, con la ayuda de Dondel, Tomás fue sumando, restando y hasta algunos comenzaron a multiplicar. Aprendieron a no tener miedo a los números, a mirarlos como amigos. Y el pueblo consultó a Dondel para que viniera a dar clases por toda la escuela y ayudar a crear un club de Matemáticas.

Sin embargo, un día, Dondel no apareció. Los niños estaban intranquilos y no sabían qué hacer sin él. Pero Clara tuvo una idea.

"Tal vez, lo que Dondel quiere es que nosotros resolvamos los problemas sin su ayuda. Ya sabemos sumar, ¡solo tenemos que intentarlo!"

Y así, se organizaron en grupos y empezaron a sumar y restar entre ellos. Poco a poco, cada uno comenzó a hablar de sus dudas y juntos discutían las respuestas. Resultó ser un día fantástico que terminó en risas y aprendieron aún más.

Finalmente, cuando Dondel regresó, se sorprendió gratamente al ver lo que los niños habían logrado.

"¡Estoy tan orgulloso de ustedes! Ven, me contaron lo que armaron en mi ausencia. ¡Esa es la magia! La magia de aprender juntos. Nunca se detengan, amigos. Los números son aventuras esperando ser exploradas."

Y así, Dondel y los niños decidieron organizar un gran festival de matemáticas cada año, donde compartirían juegos numéricos, historias y aventuras, porque habían comprendido que aprender es siempre más divertido cuando se hace con amigos. Desde ese día, Numerolis se convirtió en un pueblo lleno de alegría numérica y, gracias a Dondel, la magia de los números nunca dejó de brillar.

Y así, en el pueblo de Numerolis, todos aprendieron que con un poco de ayuda, un poco de valentía y mucha cooperación, los números pueden ser los mejores compañeros de juego.

FIN.

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