El Duende Travieso y las Galletas Perdidas



Había una vez en un pequeño pueblo argentino, un grupo de niñas que se llamaban Valentina, Lucía y Sofía. Las tres eran muy amigas y adoraban hacer galletas. Un día, decidieron juntarse en casa de Valentina para preparar sus galletas favoritas de chocolate.

Mientras el olor dulce de la masa se esparcía por toda la casa, no sabían que, en el jardín, se encontraba un duende travieso llamado Benjamín. Benjamín era famoso por su amor a las travesuras y, especialmente, por su debilidad por las galletas. Desde su escondite, observaba cómo las niñas reían y trabajaban.

Cuando las galletas estaban listas, se veían tan apetitosas que Benjamín no pudo resistir. "¡Tengo que probarlas!" – murmuró para sí mismo mientras se acercaba sigilosamente.

Justo cuando las niñas habían acomodado las galletas en una bandeja, Benjamín dio un salto y se llevó una galleta a su escondite. Las niñas, al darse cuenta, gritaron al unísono:

"¡Eh! ¿Qué fue eso?"

Valentina miró hacia el jardín y vio el destello de un gorro verde desapareciendo. "¡Vamos a averiguar qué pasó!" - propuso.

Sofía, entusiasmada, exclamó: "¡Sí! Tal vez es un duende real, como en los cuentos. ¡Vamos!"

Las tres salieron al jardín y empezaron a buscar. Benjamín, al ver que lo estaban siguiendo, decidió que era el momento de hacer un poco más de travesuras. Saltó de detrás de un arbusto.

"¡Hola, niñas!" - dijo Benjamín con una sonrisa coqueta "Vengo a robar galletas. ¡Me encantan!"

"¡No las robes, travieso!" - replicó Lucía, con los brazos cruzados. "¡Hicimos estas galletas con mucho amor!"

Benjamín, sintiéndose un poco culpable, se rascó la cabeza. "¡Pero son tan ricas! No puedo evitarlo. Me encantan las galletas dulces. ¿No pueden compartir?"

Las niñas se miraron entre sí. Después de un breve silencio, Valentina tomó la palabra. "Podríamos compartir, pero tienes que prometernos que no volverás a robar. Todos pueden disfrutar de unas galletas."

Benjamín, emocionado por la idea, asintió con entusiasmo. "¡Lo prometo! Pero tengo que advertirles... me puedo volver un poco travieso cuando me emociono."

"¡Eso ya lo sabemos!" - rió Sofía. "Pero podemos enseñarte a hacerlas. ¡Así tendrás galletas siempre que quieras!"

Benjamín saltó de alegría. "¡Eso sería increíble!"

Así que las niñas, junto a su nuevo amigo, comenzaron a preparar un montón de galletas, esta vez usando su imaginación. Benjamín demostró ser muy creativo. Quería agregar chispas de colores y un toque especial de miel que había encontrado en un bosque cercano.

Mientras juntaban los ingredientes, Lucía hizo una pregunta. "¿Eres un duende de verdad?"

"Soy un duende que busca aventuras, pero también quiero aprender a ser mejor. A veces, me dejo llevar por la tentación, pero entiendo que no siempre está bien." - contestó Benjamín, asumiendo su responsabilidad.

Cuando las galletas estuvieron listas, las niñas, junto a Benjamín, se sentaron en una manta en el jardín. Al probarlas, todos coincidieron en que eran las mejores galletas del mundo.

"¡Deliciosas!" - gritó Benjamín mientras comía con gusto. "¡Gracias por dejarme compartir!"

Las niñas sonrieron y, desde aquel día, el duende Benjamín hizo parte de sus tardes de cocina. Aprendió a no hacer travesuras a costas de los demás y a valorar la amistad y el compartir.

Más tarde, desde el cielo estrellado, un viejo roble les contaba a sus hojas sobre el poder de la amistad y el respeto. Las niñas y Benjamín nunca olvidaron que, a veces, la tentación puede llevar a situaciones complicadas, pero que siempre hay una manera de enmendarlo: con una sonrisa y una galleta compartida.

Y así, el duende travieso se transformó en un gran amigo, recordando siempre que es mejor compartir que robar. Fin.

FIN.

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