El Duende Verde y el Rey Gigante
Era una vez, en un reino lejano, un duende verde llamado Tito. Tito era pequeño y ágil, con orejas puntiagudas y una sonrisa que siempre iluminaba su rostro. Vivía en el Bosque Esmeralda, un lugar lleno de árboles altos y flores brillantes, donde siempre ayudaba a los animales y cuidaba del entorno.
En el mismo reino, pero lejos del bosque, se encontraba el Castillo del Rey Gigante, un rey bondadoso pero un poco torpe, quien cada vez que trataba de bailar, movía la tierra y hacía temblar el castillo. El Rey se llamaba Bruno y era conocido por su gran tamaño, su generosidad y su amor por los pastelitos de miel.
Un día, Tito decidió aventurarse a conocer al rey, así que preparó un pequeño regalo: un sombrero adornado con flores del bosque. Cuando llegó al castillo, se sintió pequeño y asustado, pero con mucha curiosidad. Al entrar, vio a Bruno sentado a una mesa enorme, tratando de alcanzar un pastelito de miel que estaba en lo más alto de una estantería.
- ¡Hola, Rey Bruno! - gritó Tito desde la mesa.
- ¡Oh, un duende! - exclamó Bruno, sorprendido. - No te había visto nunca, ¿cómo es que te atreviste a venir hasta aquí?
- Vine a traerte un regalo - dijo Tito, mientras levantaba el sombrero. - Es un sombrero para que te dé buena suerte.
- ¡Es hermoso! - respondió Bruno, con una gran sonrisa que iluminó su rostro. - Pero, ¿te parece que podría ponérmelo?
- Claro, pero ten cuidado, no quiero que… ¡ay, no! - Tito gritó mientras Bruno, al intentar ponérselo, hizo tambalear toda la mesa y derribó el pastelito.
Ambos comenzaron a reír. El duende no podía creer lo que había visto. El rey era torpe, pero con un buen corazón. A partir de ese día, Tito y Bruno se hicieron amigos inseparables. Juntos pasaban horas hablando y compartiendo aventuras en el bosque y el castillo. Sin embargo, había un problema: el rey estaba muy triste porque siempre se sentía solo en su gran castillo.
- ¿Por qué no invitas a algunos de tus amigos del bosque a merendar aquí? - sugirió Tito un día.
- ¡No puedo! - respondió Bruno. - Son demasiado pequeños, no les gustaría mi castillo.
- Eso no es verdad, ¡debés darles una oportunidad! - insistió Tito.
Después de pensarlo un poco, Bruno decidió organizar una merienda y, junto a Tito, invitó a todos los animales del bosque. El gran día llegó y, mientras el rey servía pastelitos de miel, Tito animó a los animales a acercarse.
- ¡Ay, estoy seguro de que no les gustará! - dijo Bruno, inseguro.
- Solo tenés que dejar que se sientan bienvenidos, ¡y verás que todo estará bien! - animó Tito.
Al principio, los animales estaban asustados y dudaban en entrar, pero Tito les ayudó a dar el primer paso. El gran castillo pronto se llenó de risas y juegos.
- ¡Mirá! - exclamó Tito mientras subía sobre la mesa gigante. - ¡Hasta pueden jugar a las escondidas en tus zapatos!
- ¡Esto es increíble! - dijo Bruno, su corazón lleno de alegría al ver la felicidad en los rostros del duende y los animales. - Nunca pensé que podía ser tan divertido tener amigos.
Pero la diversión no duró. De repente, dos malvados trolls, Digo y Rigo, llegaron al castillo queriendo robar todos los pastelitos de miel.
- ¡Estaré atento, Rey Bruno! - dijo Tito, mientras se preparaba para defender su nuevo hogar.
- ¡No teman, amigos! - intervino Bruno. - Defenderé lo nuestro con toda mi fuerza.
Sorpresivamente, debido a su gran tamaño, Bruno fue un poco torpe y terminó separando a los trolls. Siempre que intentaban escapar, él terminaba ayudándolos sin querer. En ese instante, Tito tuvo una idea: ¡presentarles a los trolls el verdadero significado de compartir!
- ¡Esperen! - gritó Tito. - ¡Si quieren, pueden unirse a nosotros y probar nuestros pastelitos en lugar de robarlos!
- ¿De verdad? - preguntó Digo, dudando.
- Sí, el rey y yo tenemos suficiente para todos - sonrió Tito, mientras compartía un pastelito.
Los trolls, que nunca habían sido invitados a una merienda, se sorprendieron. Después de probar el primer bocado, comenzaron a reír y disfrutar. Finalmente, al ver el buen corazón de Tito y Bruno, decidieron que no volverían a robar, sino que querían ser parte de la diversión.
Desde ese día, la merienda se volvió un evento semanal en el castillo. Los animales del bosque, el rey gigante, los trolls y Tito compartían risas y pastelitos, creando una nueva tradición en el reino.
- ¡Quién lo diría, antes éramos enemigos de los trolls y ahora son nuestros amigos! - decía Bruno orgulloso.
- Sí, todo se trata de dar oportunidades y ser amables - respondió Tito, sonriendo.
Así fue como un pequeño duende verde enseñó a un rey gigante y a todos en el reino sobre la amistad, la amabilidad y la alegría de compartir, y desde entonces, nunca más se sintieron solos.
Y vivieron felices para siempre.
FIN.