El duende y el secreto del bosque


Había una vez, en un bosque encantado, un duende travieso y juguetón llamado Mateo. Mateo era el Duende del Otoño, y le encantaba corretear entre los árboles y pintar de colores las hojas que caían de los árboles.

Un día, mientras Mateo caminaba por el bosque, vio a lo lejos un montón de hojas secas amontonadas.

Se le ocurrió una idea brillante: ¡iba a jugar con esas hojas! Así que se acercó corriendo y comenzó a revolotear entre ellas, saltando y riendo sin parar. Las hojas volaban por todas partes, creando un remolino de colores dorados y rojizos.

Mateo estaba tan emocionado que no se dio cuenta de que su juego estaba causando un desorden en el bosque. De repente, escuchó una voz grave detrás suyo. Era el Guardián del Bosque, un imponente oso pardo que cuidaba con celo la armonía del lugar. "¡Mateo!", gruñó el Guardián.

"¿Qué estás haciendo? Has alterado la paz del bosque con tu travesura". Mateo bajó la cabeza avergonzado y se disculpó con el Guardián.

Este suspiró profundamente y le explicó que cada ser vivo en el bosque cumplía una función importante para mantener su equilibrio: las hojas caídas protegían la tierra, alimentaban a los insectos y nutrían a los árboles. El duende del otoño comprendió entonces su error y prometió ayudar a reagarrar las hojas y devolverlas a su lugar adecuado.

Juntos trabajaron duro durante horas, colocando cada hoja en su sitio mientras charlaban animadamente. "Gracias por enseñarme la importancia de cuidar nuestro hogar", dijo Mateo al finalizar. "De nada", respondió el Guardián con una sonrisa.

"Recuerda que todos debemos colaborar para preservar la belleza y armonía del bosque". Desde ese día, Mateo continuó siendo tan travieso como siempre pero aprendió a canalizar su energía de forma positiva para ayudar al bosque en vez de perturbarlo.

Y así, entre risas y juegos responsables, siguieron viviendo felices todos los habitantes del bosque encantado.

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