El Duende y la Luz de la Noche
En un pequeño bosque rodeado de montañas altas y verdes praderas, vivía un duende llamado Lúcido. Era un duende inquieto y curioso, que siempre estaba buscando aventuras. Una noche, mientras los animalitos del bosque se preparaban para descansar, Lúcido decidió que quería hacer algo especial.
"¡Hoy es una noche hermosa!" pensó, mirando las estrellas titilar en el cielo. "¿Y si le doy un poco de luz a esta noche tan oscura?". Así que, Lúcido se subió a su hongo favorito y comenzó a recolectar polvito mágico que brillaba como las estrellas.
Cuando logró juntar suficiente, levantó sus manos en el aire y gritó:
"¡Brillito de estrellas, ven aquí a ayudarme!". Inmediatamente, el polvito comenzó a girar a su alrededor, formando una bola luminosa que iluminó todo a su paso. Los animalitos despertaron asustados:
"¿Qué es esa luz tan fuerte?" preguntó Mapache, rascándose los ojos.
"Soy yo, Lúcido", respondió el duende emocionado. "¡Miren! ¡Les traje luz para que puedan jugar!".
Las ardillas, los conejitos y hasta el viejo búho se asomaron y, aunque estaban confundidos, la alegría de Lúcido era contagiosa. Ellos comenzaron a saltar y a correr mientras el brillo iluminaba la pista. Pero, a medida que pasaba el tiempo, se dieron cuenta de que no podían dormir.
"Esto no está bien, Lúcido", dijo la pequeña Liebre. "Nos encanta jugar, pero al día siguiente necesitamos descansar para tener energía".
"¡Claro!" exclamó Lúcido, dándose cuenta de que había olvidado lo importante que era descansar. Desesperado, trató de apagar su luz, pero ésta no se detenía. La bola de brillo chisporroteaba y llenaba el bosque de alegría hasta tal punto que el día comenzó a asomarse sin que ellos se dieran cuenta.
El sol salió antes de tiempo, y el cielo se tiñó de un hermoso naranja. Todos los animales, aunque sorprendidos por la luz, sabían que debían volver a sus casas.
Agotados y desvelados, comenzaron a marcharse.
"¿Ves, Lúcido? ¡Debemos equilibrar la luz con la oscuridad!" le dijo el sabio Búho, posándose a su lado.
Lúcido asintió, su corazón se llenó de tristeza. Podía ver que había causado más inconvenientes que alegrías.
"Lo siento mucho, amigos. Quería hacer algo especial, pero ahora entiendo que el descanso es necesario para disfrutar de los momentos de alegría".
"No te preocupes, Lúcido," le sonrió la ardilla. "Lo importante es que aprendiste una lección valiosa. ¡La próxima vez, podemos jugar durante el día y disfrutar de las estrellas en la noche!"
Lúcido sonrió, sintiéndose aliviado. Sabía que encontrar el equilibrio era parte de ser un buen amigo. Así que, a partir de esa noche, decidió que haría luz solo durante el día para ayudar a todos a ver el camino, y en las noches, se aseguraría de recoger un poco de polvo de estrellas para iluminar el bosque sin interrumpir el sueño de sus amigos.
Los días pasaron, y el bosque volvió a ser el lugar alegre que siempre fue. Ahora, además de jugar, los animales también esperaban cada noche para contar historias bajo el manto estrellado, y Lúcido siempre recordaba que cada cosa tiene su tiempo.
Y así, el duende Lúcido se convirtió en el guardián del equilibrio de la luz, asegurándose de que el bosque siempre tuviera un lugar para jugar y otro para soñar.
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FIN.