El Duende y la Señora Enojona
En un pequeño y colorido pueblo, donde la naturaleza florecía y las risas resonaban, vivía un duende llamado Brillo. Era un duende curioso, con grandes ojos verdes y un gorro puntiagudo que siempre le daba un aire travieso. Brillo estaba convencido de que los humanos eran seres buenos y que no los consideraban malvados, a pesar de lo que muchas historias contaban. Un día, decidió salir de su hogar para comprobarlo.
Mientras tanto, en el mismo pueblo, vivía una niña de ocho años llamada Luna, que adoraba las aventuras y siempre soñaba con conocer criaturas mágicas. Ella vivía con su abuelo Felipe, un hombre de 85 años lleno de sabiduría y con historias fascinantes de su juventud.
Un día, mientras caminaba por el bosque, Brillo se cruzó con Luna.
- ¡Hola! Soy Brillo. ¿Sabías que los duendes no somos malvados? - dijo el duende a la niña.
- ¡Hola, Brillo! No lo sabía, pero me encantaría conocer más de tu mundo. - respondió Luna, emocionada.
Brillo le explicó su misión de comprobar que los humanos eran amables y que les gustaba la magia. Juntos decidieron buscar a la señora Ethel, una mujer de 50 años que era conocida en el pueblo por ser muy enojona y desconfiada. Creían que, con un poco de suerte, podrían cambiar su percepción.
Cuando llegaron a la casa de la señora Ethel, esta los recibió con un ceño fruncido.
- ¿Qué hacen aquí, niños? ¡No tengo tiempo para tonterías! - exclamó.
- Señora Ethel, venimos a mostrarle que los duendes no son malvados. ¡Nos gustaría hacerle algo especial! - dijo Luna, confiada.
- ¿Algo especial? ¿Como qué? - preguntó Ethel, con desconfianza.
- Vamos a organizar una fiesta sorpresa en el jardín. - dijo Brillo con una amplia sonrisa.
La señora Ethel miró a los niños con los brazos cruzados.
- ¿Y por qué harían eso? - cuestionó.
- Porque creemos que se merece un poco de alegría. Todos necesitamos a veces sentirnos felices. - contestó Luna con sinceridad.
Ethel dudó, pero un pequeño destello de curiosidad brilló en sus ojos.
- Está bien, pero si me hacen reír, tal vez les dé una oportunidad. - aceptó, aún a regañadientes.
Y así fue como comenzaron a preparar la fiesta. Brillo utilizó su magia para llenar el jardín de luces brillantes, flores de colores y música encantadora. Luna se encargó de hacer tarjetas de invitación y preparar deliciosas golosinas.
Cuando llegó el momento de la fiesta, los vecinos del pueblo se unieron, todos con sonrisas en sus rostros. Ethel, al ver cómo todos se divertían, comenzó a relajarse.
- ¡No puedo creer que estos duendes hayan hecho todo esto! - exclamó, divertida.
Brillo se sintió feliz al ver que la señora Ethel estaba sonriendo.
- ¿Ves? ¡No somos malvados! Solo queremos compartir alegría. - dijo el duende.
A medida que avanzaba la fiesta, Ethel se dio cuenta de que había estado muy cerrada a la idea de la magia y las sorpresas.
- Creo que he sido demasiado dura, ¿no? - admitió.
- Todos podemos mejorar, señora Ethel. A veces, solo necesitamos un poco de magia para abrirnos a nuevas posibilidades. - le respondió Luna.
Al final de la velada, Ethel prometió ser más abierta y amigable con los duendes y otras criaturas mágicas que pudieran cruzarse en su camino.
- Gracias, chicos. Hoy me enseñaron algo valioso.
- ¡Qué bueno saberlo! - gritaron Brillo y Luna juntos.
Desde ese día, la señora Ethel dejó de ser tan enojona y se convirtió en una de las aliadas de Brillo y Luna en el pueblo. Aprendió que la magia no era algo que se debía temer, sino algo que podía enriquecer sus vidas.
Y así, el duende se fue feliz, sabiendo que había comprobado que los humanos podían ser amables y llenos de alegría. Junto a su nueva amiga, Luna, descubrieron un mundo lleno de posibilidades donde la magia, la amistad y la felicidad podían florecer.
FIN.