El dulce mundo de los niños



En un pequeño pueblo llamado Azucarín, donde los caminos estaban hechos de caramelos y las casas de chocolate, vivían tres amigos inseparables: Tomás, Lulú y Nino. Cada día, después de la escuela, se aventuraban a explorar el delicioso mundo que les rodeaba, lleno de colores y dulzura.

Un día, mientras estaban jugando en el Parque de los Caramelos, descubrieron un misterioso mapa escondido bajo un arbusto de chicle. Tomás, que siempre había sido el más curioso del grupo, exclamó:

- ¡Miren chicos! ¡Es un mapa del tesoro!

Lulú, con sus ojos brillantes, añadió:

- ¿Y si encontramos ese tesoro? ¡Podemos hacer la fiesta más grande de Azucarín!

Nino, un poco más cauteloso, preguntó:

- Pero, ¿no deberíamos averiguar primero a dónde nos lleva el mapa?

Sin dudarlo, Tomás comenzó a seguir las indicaciones del mapa, llevando a sus amigos a través del Bosque de las Galletas y el Río de la Soda. Pero a medida que se adentraban en su búsqueda, se dieron cuenta de que también había obstáculos. En un momento, llegaron a un dulce puente hecho de malvaviscos.

- ¡Es un puente de malvavisco! - exclamó Lulú.

- Pero, ¿cómo cruzamos sin comernos todo? - preguntó Nino, tomando un puñado de malvavisco.

Tomás, con una sonrisa picarona, sugirió:

- ¡Hagamos un juego! El que llegue primero al otro lado sin comerse nada, se lleva el último dulce que tenemos.

Ambos amigos aceptaron el desafío, lanzándose a la carrera. Gritaban y reían, pero cuando llegaron a la mitad del puente, se sintieron un poco mareados por el dulce olor. Lulú, en un momento de debilidad, comenzó a morder un pedazo de malvavisco.

- ¡Lulú! - gritaron los otros dos.

Pero en ese instante, el puente comenzó a temblar.

- ¡No! - dijo Nino, con preocupación. - ¡El malvavisco se derrite!

Con gran rapidez, Lulú se dio cuenta y, en un impulso de valentía, dijo:

- ¡Esperen! Puedo salvarlo. ¡Voy a tirar todo lo que comí! - y comenzó a lanzar los trozos hacia atrás, formando un camino.

- ¡Buena idea! - dijo Tomás, siguiéndola. - ¡Partamos lo que comimos para evitar que se caiga el puente!

Y así, juntos, lograron cruzar el puente. Cada uno había aprendido que entre amigos, podemos enfrentar cualquier obstáculo.

Una vez al otro lado, llegaban a una cueva que tenía una luz brillante. Siguieron el mapa, asombrados, hasta que encontraron un cofre lleno de gomitas de colores.

- ¡Lo encontramos! - gritó Nino emocionado.

Tomás sonrió y dijo:

- Pero no es sólo para nosotros. ¡Podemos compartirlo con todos los amigos del pueblo!

Lulú, asintiendo, agregó:

- ¡Sí! Haremos la fiesta más grande de Azucarín.

Decidieron llevar el tesoro de gomitas de regreso a su pueblo. Al llegar, invitaron a todos sus amigos a celebrar. Cada niño del pueblo disfrutó de las coloridas gomitas y jugaron hasta el anochecer.

Y así, Tomás, Lulú y Nino aprendieron que la verdadera aventura no solo era buscar tesoros, sino compartir momentos y hacer felices a los demás. La fiesta de Azucarín se convirtió en una tradición, y cada año, los tres amigos seguían explorando, creando más historias para disfrutar juntos.

Desde ese día, el mapa del tesoro fue guardado con amor, porque sabían que lo que realmente importaba era la amistad y la alegría que compartían en su dulce mundo.

FIN.

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