El dulce poder del perdón


Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Dulceville, una bruja traviesa que se dedicaba a robar caramelos de las casas mientras los niños dormían.

Esta bruja, llamada Carmelina, era conocida por su habilidad para deslizarse sigilosamente por las calles y entrar en las casas sin ser vista. Una noche, mientras Carmelina merodeaba por las calles oscuras del pueblo en busca de dulces suculentos, un valiente niño llamado Mateo estaba despierto en su habitación.

Mateo siempre había sido curioso y no podía resistirse a descubrir qué misterios se escondían detrás de sus ventanas. Mateo vio una sombra moverse furtivamente afuera y decidió investigar. Se asomó por la ventana y vio a Carmelina entrando en la casa vecina.

Sin pensarlo dos veces, el intrépido niño decidió seguir a la bruja para descubrir qué estaba pasando. Siguiendo sigilosamente los pasos de Carmelina, Mateo llegó al interior de la casa vecina.

Allí encontró una escena sorprendente: la sala estaba llena de caramelos que brillaban con colores vibrantes como si fueran arcoíris comestibles. Carmelina reía maliciosamente mientras llenaba sus bolsillos con los dulces robados.

Pero cuando volteó para irse, se encontró cara a cara con Mateo quien le dijo valientemente:"¡Alto ahí! ¿Qué estás haciendo con todos esos caramelos?"La bruja quedó perpleja ante el coraje del pequeño niño y no supo qué decir. Mateo, sin temor alguno, continuó:"Robar caramelos está mal.

Los dulces son para compartir y disfrutar con los demás. No deberías hacerles daño a las personas quitándoles sus dulces. "Carmelina se sintió avergonzada por sus acciones y reflexionó sobre las palabras de Mateo.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió remordimiento por su comportamiento egoísta. "Tienes razón, niño valiente -dijo la bruja-. Me he dejado llevar por mi deseo de tener todos los caramelos solo para mí. Pero ahora veo que eso no es correcto.

"Mateo sonrió y extendió su mano hacia Carmelina. "Todos cometemos errores, pero lo importante es aprender de ellos y cambiar nuestras acciones. Vamos a devolver estos caramelos a sus dueños y pedirles disculpas por lo que hemos hecho".

La bruja asintió con la cabeza, tomó la mano de Mateo y juntos comenzaron a repartir los caramelos robados casa por casa en el pueblo. A medida que entregaban los dulces, Carmelina se disculpaba sinceramente con cada familia afectada.

El pueblo entero quedó sorprendido al ver a la bruja arrepentida actuando de manera amable y generosa. Todos aceptaron las disculpas de Carmelina y le dieron una segunda oportunidad. Desde ese día en adelante, Carmelina cambió su forma de ser.

En lugar de robar caramelos, comenzó a crearlos ella misma utilizando ingredientes mágicos especiales que hacían felices a todos los niños del pueblo.

Y así fue como una noche oscura se convirtió en un momento decisivo para Carmelina y Mateo, demostrando que incluso las personas más traviesas pueden cambiar si se les da una oportunidad. Juntos, enseñaron a Dulceville la importancia de compartir y perdonar, creando un ambiente de amor y amistad en el pueblo.

Y así vivieron felices para siempre, disfrutando de los dulces momentos que compartían juntos.

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